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jueves, abril 25, 2024

Mascarilla sagrada

Créalo o no, esto va para largo. Todo el año veinte se nos ha ido en la turbulencia covídica, y el veintiuno sigue incrementándola.

Hemos vivido entre la incredulidad, la minimización, el miedo y la dejadez, pero aquí seguimos a pesar de los pesares. No hemos tenido dirigencia que nos organice para cuidarnos mejor, ni siquiera han comprendido la magnitud del fenómeno. Hemos visto desnudos a nuestros gobiernos. Y ninguno tiene prendas que presumir.

Así es que todo ha quedado en nuestras ganas de vivir o no. De las medidas que hubimos de adoptar destaca el uso del cubrebocas. Resulta, a fin de cuentas, la más práctica de las cosas protectoras. Lavarnos seguido las manos implica agua y jabón, y en muchos lados la crisis vieja de la falta de agua corriente y falta de dinero imposibilitan la práctica; el gel cuesta y no siempre está a la mano. De la distancia ni hablar, allí están nuestras calles y casas atiborradas, como siempre. El quédate en casa no se recibe con simpatía: ¿pos cuál casa? ¿me encierro y qué como?

Al tenernos que rascar con uñas propias, lo único que se ha popularizado es el cubrebocas, casi como las cachuchas beisboleras. Su mal uso, sus diseños, sus tamaños, sus molestias se notan en las calles. Algo es algo.

Pero no basta cubrirnos la cara. Los aerosoles que lanzamos o recibimos pueden ser peligrosos portadores del virus, ese que se queda más allá de este año que se termina. El 2021 ya trae torta envenenada: la covid y las elecciones. La pandemia nos puede enfermar y matar; y, visto lo visto, el proceso electoral puede resultar engañoso y fatal.

Cuidémonos con nuestro tapabocas y cuidémonos más de la boca de los charlatanes.

Arturo Miranda Montero
Arturo Miranda Montero
Profesor y gestor asiduo de la política como celebración de la vida juntos.

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