En el confort académico suele afirmarse que el nuestro es un país con déficit democrático.
Más nos valdría decir las cosas como son: no podemos ser democracia, simplemente porque no somos demócratas.
¿Quién nos trans-forma en demócratas? La política no; los medios de comunicación, menos; el día a día, imposible. Estamos barbarizados. Antónima calamidad, la crueldad con la que se trata al prójimo.
La cultura imperante es esa que significa y explica la violación de todo. La piedad es virtud desconocida; la lástima es considerada debilidad, la misericordia no otorga ni limosna; la clemencia estorba al castigo; la solidaridad ha sido corrompida; el altruismo es interesado y la humanidad está ahuecada.
Con fácil prescindencia, mujeres, niños, ancianos, los otros, son tratados sin compasión; se les utiliza para fines deleznables o se les ignora sin compunción.
La violencia extendida por todo el territorio tiene carta de naturalización: “los mexicanos somos bien cabrones”.
Doquier se oyen rolas ensalzadoras de la vida atrabancada y armada; miles de adolescentes sueñan con tener troca, lana, viejas y rifle.
El barbaján pasea sus ruidos y efluvios por calles y caminos; la vulgaridad sirve para derrotar a los demás en mala lid; no existe picaresca, es malignidad tramposa.
El asaltante no es ya el ratero, es agresor inmediato y enfierra antes de saber si algo consigue; y la muerte, una vez más, tiene permiso a cargo de sicarios o polícías o…
Y así, cómo ser demócratas.