Desde 1978, a los mexicanos nos habrán visitado tres papas católicos por siete ocasiones: El polaco Wojtyla vino cinco veces, el alemán Ratzinger estuvo en Guanajuato, y ya viene el argentino Bergoglio.
En 38 años mucho ha cambiado nuestro país. Y la pregunta es: ¿cuánto habrían arraigado los valores que promueve la ideología católica entre sus feligreses?
Si su principio fundacional es el amor al prójimo (Agustín, padre de la iglesia afirmó: “Ama y haz lo que quieras”), los mexicanos tendríamos que ser amantísimos con los próximos, a juzgar por tanta visita pastoral.
Desde el “continente de la esperanza” que afirmó Juan Pablo que éramos, hasta el actual “jubileo de la misericordia” de Francisco, los católicos tendrían que vérselas consigo mismos y sus creencias: ¿No avarician ni envidian a los demás? ¿la ira no abunda por todos lados? ¿la lujuria no hace estragos hasta en el clero? ¿la gula no nos tiene en un lugar lamentable de enfermedades? ¿la pereza propicia el ai’seva? y, en fin, el peor de todos, ¿la soberbia no corroe impunemente nuestra convivencia?
Francisco dice que viene a aliviar el sufrimiento que nos malhizo el maligno: pobreza y desigualdades, violencia criminal, corrupción cancerosa. Y viene como “misionero de la misericordia y de la paz”. Abrazar a los que sufren y decirles que se les quiere mucho puede ayudar, aunque no puede ser físicamente a todos los sufrientes, labor que cotidianamente tendrían que estar realizando los profesos.
Si en todo el tiempo revisitado no se ha vivido la idea generalizada de sentir compasión por los que sufren para ofrecerles ayuda, ¿tendríamos que pensar las visitas poco pastorales han sido inútiles y sí utilizadas mucho por los poderes que se agandallan esas presencias?
¡Ay!, 38 años después, México es un espectáculo mediático que va del chapoteadero al simple empaparse.
Miserere
