Dicen que llegaron todas. No es cierto.
Al paso de los días, cuando ya las vimos y las hemos escuchado, sabemos que ellas, las que sí llegaron a las posiciones del poder son las que son.
No sé a ustedes, pero a mí las que observo son ellas, las que provienen de una red de influencias que las encumbran; han vivido en barrios que no son cualquier rumbo, son estilos de vida en los que sí se programan y realizan las vacaciones en lugares nacionales o al extranjero. Se educan en escuelas básicamente privadas y hasta en otros países; les gusta el ballet, presumen sus aficiones artísticas y se dejan ver en los eventos sociales recogidos en los medios y distribuidos en las redes.
Sus nombres tienen signos distintivos de ciertos pedigríes que poco tienen de Martínez o Pérez, a menos que sea un compuesto de alcurnia.
Proliferan en todos los ámbitos del poder. Y sus moditos de hablar y vestir no dejan lugar a dudas de sus orígenes y preferencias. Sus discursos públicos están llenos de lugares comunes y sentencias baladíes. Cuando necesito saber qué sí con las políticas públicas que se les encargaron, generalmente quedo con cara de what.
No sé, otra vez, si a ustedes les queda la sensación de su desconexión con la realidad social del país. Sus aficiones por las pasarelas, por los posteos con sonrisas congeladas y sus disfraces de ocasión bien cuidados son de tal superficialidad que uno sabe que no hay empaque para resolver la miseria que nos ahoga. No con esas frivolidades.