¿Ya los vio? Bailan, cantan, suben, bajan, parlotean, se meten a las casas, van en caravanas de lujosos autos, sonríen forzadamente, levantan los pulgares, alguno hasta el puñito, publican en sus redes, pagan encuestas, hacen de todo. Son candidatos en busca del vulgar aplauso.
Todos están disfrazados de padres conscriptos de la matria o de la patria, aunque de eso no sepan ni donde quedan. Se piensan exitosos porque un periodiquito los entrevistó o porque ya tienen doscientos likes en sus posts. Se han vestido de colores, de esos que la marca les prestó al patrocinarlos. Llevan banderas y bolsas, despensas y dinero, lo que sea necesario para que los habitantes de la región que les asignaron los conozcan, los aprecien y les voten.
Las campañas electorales viven una realidad virtual, alucinada, totalmente ajena al devenir que estaba antes y se quedará después. La pandemia está en las casas de los más pobres, esos que ni a hospitales llegan; los desaparecidos tienen a sus madres y familiares buscándolos en la tierra y en todo lugar, los criminales están con permiso auto adjudicado, la sequía avanza por campos y tuberías. Y los candidatos dicen estar preocupados danzando eso que llaman música y plagiándose rolas ajenas, mientras se comprueba que gobiernos simplemente no hay, están ajenos, huidos, fugados, dejándonos a la buena o a la mala.
Todos los candidatos ya saben a qué le tiran si ganan aunque sea por la mínima: servirle, sirviéndose, a quienes los pusieron. Y no a los votantes, sino a los que les cobrarán con creces lo invertido, sea legal o ilegal, que, para el caso de este país, da igual. Por eso nos procuran como esquiladores para trasquilarnos.
