El tren de la democracia electoral rumbo al 2018 va recogiendo pasajeros.
El PRI va por su carro completo aunque sepa que las armadoras ya no surten esos modelos.
El PAN es ya una turbamulta de arribistas que solo quiere confort.
Morena es un movimiento que va detrás de su creador al ritmo que él indica.
El PRD pelea la patria potestad del izquierdismo en un pleito de divorcio que no termina.
Los demás partidos son simples taxis con base en la estación.
Todos ellos suben al tren esperando llegar a un destino que les sea placentero. Y como se ha visto en nuestra vieja travesía nacional, se bajan de la democracia para instalarse en el poder. Administran sus posiciones sin irse más allá del próximo proceso electoral.
En esas, el vicio del poder ha encuerado las prácticas básicas: dinero para hacerse del poder y poder para hacerse de dinero.
El monstruo brasileño Odebrecht produjo la película más taquillera del continente latinoamericano: todos quieren dinero para sus campañas electorales y ella quiere los contratos. Los actores son multinacionales pero la coima es igual.
Así que si alguno quiere subirse al tren debe pagar el costo: obtiene inversión y pero garantiza su retorno con ganancias.
Hoy no se puede ser optimista cuando se traban discusiones sobre quién y cómo le entrarán al proceso que se avecina, uno quisiera saber que la república se impondrá y no solo la democracia electoral. Por eso siempre nos lleva el otro tren.