Un movimiento antipartido echó para atrás la transición política por la que veníamos.
Reforma política tras reforma electoral, el partido nacional-populista llamado PRI fue abriéndose a canales de promoción de nuevos institutos.
Del control absoluto de todo proceso electoral a la autonomía institucional, pasaron décadas en las cuales se fueron organizando los ciudadanos que ejercieron sus derechos de formación, afiliación y promoción de nuevos partidos o, en el caso del PAN, su cobertura más allá de los límites a que el PRI lo reducía.
Los partidos políticos tienen como finalidades promover la participación en la vida democrática, la representación nacional y, como organizaciones de ciudadanos, hacer posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, de acuerdo con los programas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto y directo. Así reza la Constitución. Y eso trataron los que crearon un nuevo régimen de partidos.
Pero los dirigentes dejaron la calle y se metieron a los despachos del funcionariado. La partidización se fue dando de maneras menos voluntarias y entusiastas; los ascensos se fueron limitando a los aparatos y burocracias, cerrándose los ductos internos; y, sobre todo, dejaron de educar políticamente y confiaron más en el dinero para sus tareas. Esa forma de actuación política y administrativa de participar en el poder abrió una brecha más entre los de arriba y los de abajo. Tal abismo fue aprovechado por el movimientismo nacional-populista actual que puso a los partidos políticos como “instrumentos de la mafia del poder” y terminó drenándolos hasta casi vaciarlos de afiliados y votos. Los huachicolearon, pues…