¿Qué está detrás del corredero de servidores públicos?
Disfrazada de austeridad, lo que se nos dejó venir es una nueva comalada de ocupantes de los cargos.
A machetazos, el gobierno federal corre a cuantos estorban para colocar a los suyos o para hacerse de una lana para sus ideas. Cuando gobierno del estado anuncia el despido de quinientos empleados significa que las presiones para dárselos a los compromisos de campaña arrecian; y cuando en el municipio se exigen renuncias y se obligan despidos, es que los propios deben quedar ya.
A cual más de las “justificaciones” pueden desbaratarse nomás observando quiénes suplen a los corridos. Así ha sido desde que entre nosotros se instaló el patrimonialismo: los cargos y encargos oficiales son míos y de los míos, que para eso los adquirimos.
Ya está muy visto que entre nosotros la democracia es carísima, y no por el dinero público que destinamos para jugar, sino por los dinerales comprometidos por debajo de la mesa, en lo oscurito. Lo invertido se tiene que recuperar y con ganancias, por eso los gobiernos son botines. Y también por tanto hay que cumplirle a los valedores que apoyaron la campaña: tráfico de influencias y manejo de las funciones son lo más peleado.
Correr a alguien es no pararse a considerar que son personas con todas sus implicaciones familiares y sociales; el cálculo político rifa para poner a los leales, a los que taparán las jugadas a cambio de estar en el ajo oficial.