Los que formamos parte de este territorio tenemos la responsabilidad de lo que pasa.
Si elegimos a los gobiernos, es que antes los votamos, Si lo hicimos mal, ni modo; y si bien, también. En todo caso, sus decisiones nos afectan en positivo o en negativo, pero en ellas no intervenimos, solo somos recipiendarios de las consecuencias. Y en eso, cada quien habla de la fiesta: los buenos o malos gobiernos es cosa nuestra.
Si tenemos broncas con familiares porque hacen o dejan de hacer, las respuestas nos aluden para bien o para mal. La violencia intrafamiliar da cuenta de la tragedia en que se encuentra esa institución que unos usan como coartada y otros como salida para sus intereses.
Si aceptamos la violencia generada por los violentos, naturalizamos sus actos: “es que andaban en malos pasos”, “es que esos son malandros”, es que… Todo se nos hace un polvo. Por tanto, los generadores de violencia se multiplican sin resistencias y hasta con admiraciones. Y si de generar violencia hablamos, los agentes oficiales (policías, soldados y demás) tienen historial de agresivos. Las detenciones de un borrachillo, hasta la tortura, son “naturales” en sus modos de operar. A la menor provocación, el uso de sus arreos se realiza con fuerza siempre desmedida. Sus acciones ciudadanas son casi nota extraordinaria. Y no es para menos. Ellos salen de nosotros, son nosotros uniformados, armados y dotados de una fuerza que usan a cabalidad no bien se presenta la ocasión. Pretender que nos incorporemos a las fuerzas de seguridad hace que hasta en escuelas y actos oficiales se exagere el uso de armas y uniformes con niños y niñas sin recato.
Nosotros sostenemos a esos otros que generan violencia de todo tipo.