La política, nos guste o no, es nuestra responsabilidad.
Política es la herramienta que tenemos para vivir juntos sin matarnos.
Pero está visto que a los mexicanos poco nos importa ponernos de acuerdo o ya siquiera ser solidarios con los demás.
Nuestras preferencias históricas están en dejarles a los mandones que se encarguen de las cosas comunes. Si lo saben hacer o no, poco importa, el chiste es quitarnos de encima la carga de responsabilidades.
Si nos enteramos que existen miles de muertos por una pandemia, no los dimensionamos porque son eso, miles; fueran los míos, los próximos, entonces sí el llanto y el dolor.
A veces escuchamos que desaparecen hijos de quien sabe quién y que sus madres buscan en fosas que no son las del panteón; pero allá ellos que no están cerca, aunque si nos toca, entonces sí a peregrinar por oficinas insensibles a la ausencia.
Si vemos por doquier a los pobres, les sacamos la vuelta con unos centavos o una cara volteada a otro lado porque no queremos vernos en ese espejo. Y a diario nos topamos con esa realidad multiplicada.
Los hospitales ya son lugares donde a lo seguro no habrá nada para atender emergencias o crisis verdaderas; simplemente no hay personal adecuado, instalaciones, medicinas y espíritu que se conmueva.
Si vemos militares por doquier, les abrimos el paso; no pensamos que es el síntoma de la violencia creciente.
Y pues resulta que eso todo es política y no la pensamos a la hora del voto: lo depositamos al color y allá los resultados. Nunca los controlamos. Por eso no nos interesa la democracia como sistema de vida.