Ora sí que la ciudad de Guanajuato gira en un círculo vicioso. Se promueve el turismo de borrachera y se reprime a los borrachos.
“Vine a Guanajuato porque me dijeron que era la ciudad de la cultura, pero encontré la desgracia”. Así comienza la crónica que el periodista Moisés Castillo publicó en la revista Nexos*. “Todo ocurrió el jueves 11, el Día de las Flores, un festejo desbordado que tiene su origen en la celebración de la Virgen de los Dolores: altares coloridos, vendedores ofreciendo distintos tipos de artesanías, juguetes de feria, comida, confeti, verbena popular a su máxima expresión… pero sobre todo mucho alcohol”.
Pero se encontró con la policía, nuestra policía: “En segundos, una de ellas me tomó del brazo de una forma tan brusca que sentí sus uñas enterradas en mi piel. Oye, qué pasa. Nada, sólo que a borrachos foráneos no los queremos aquí. ¡Vete a armar tu desmadre a México, pinche culero!”. Y a Salgado. “Subí unas escaleras de concreto custodiado por dos policías, había dejado atrás a las mujeres que se ensañaron conmigo. Todo por no traer efectivo. Abrieron una de las tres prisiones y me dejaron con una decena de otros que “infringieron” la ley. Esto me olía a una especie de “cazaborrachos” para sacar dinero y cumplir con la cuota en la noche que nadie duerme en la capital”. Describe además el muladar indigno, el apiñamiento humano y el maltrato policiaco-burocrático para salir de su infierno: “Atravesé la línea del infierno y volví al mundo”.
Mientras sigamos así, no tendremos una policía respetada ni útil para la proximidad preventiva. Amén de que el alcoholismo es enfermedad…
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