Dos incidentes reflejan el caldo hirviendo entre nosotros. Un día, un comensal de restorán chilango ve a unos conocidos políticos y les graba, al tiempo que les pregunta: ¿comieron bien? Y añade: porque cincuenta millones de mexicanos no. Otro día, cuando el desfile de la revolución, un alguien graba al ayuntamiento de Guanajuato marchando al tiempo que dice: -allí vienen esos corruptos y, en cuanto pasan frente a él, les grita ¡bola de corruptos! Ambos reportes se hicieron virales en las redes y aún en medios tradicionales con reacciones casi aclamatorias para los “valientes” que hicieron lo que hicieron.
Basta darse una vuelta por la palabrería expuesta por doquier para danos cuenta a las primeras del enojo que las profiere. El insulto generalizado a los de arriba por ladrones, aprovechados, que nomás miran por sí, que deciden cosas que duelen a los de abajo no tiene ni por qué cuestionarse. La frustración de los anhelos, de las esperanzas y de las expectativas son el combustible de la indignación.
El deseo construido vehementemente de ser y tener, de ambición, aspiración y afanes destruidos por la economía, por las decisiones oficiales y por el abandono generan hastío. Si el capitalismo del consumo obliga a comprar y a gastar dinero, la mayoría no puede colmar esa sentencia, ni en tiempo ni en modo alguno. Y cuando alguien se hace de un coche que le dará estatus por fin, le viene un gasolinazo que encabrona visceralmente. O negarse la tele de alta gama, junto al celular finolis, o la ropa de marca que no sea pirata o…
El “pueblo” en esas no ve quién se la hizo, sino quién la paga. Por eso el linchamiento es tan popular.