Si no le gustan, los aborrece, no le caen bien o lo que sea, entonces búsquese otros.
Meterse a la política es hacerse cargo de la cosa pública. Es decir, para dedicarse a la vida pública hay que sacrificar mucho de la vida privada.
Hartísima gente piensa que la política es vía libre para enriquecerse. De ahí los dos opuestos: unos abominan de la política y otros nomás quieren hacerla para sí mismos.
El extremista grita: “¡que se vayan todos!”. Imaginemos que efectivamente se largan, entonces, ¿quién se encarga de las cosas públicas?: seguridad, salud, educación, economía, etcétera, los asuntos que son de todos porque impactan a todos. Uno no puede quedarse desde su ventana privada nomás milando.
La complejidad de nuestros asuntos comunes exige personas que los atiendan: nuestros políticos, es decir, gente que utiliza las herramientas propias de la política para resolverlos.
Claro es que estamos hasta el gorro de inútiles metidos en esos asuntos que cometen una cantidad enorme de estupideces con el poder que tienen. Pero si algo debemos aprender es a identificarlos, a ponerles nombre y apellido para exigirles responsabilidades y, sobre todo, para no colocarlos más en posiciones de poder político.
La única salida real para que ubiquemos a gente adecuada en los puestos y encargos públicos es ser y asumirse ciudadanos. Pero serlo no se decreta ni es cosa de mera voluntad. Ser ciudadanos exige también sacrificar lo privado para entender y atender los temas políticos, los de todos. Votar es cosa de electores, pero la política diaria es asunto de ciudadanos.