Calendarizado el proceso electoral de este año, los partidos políticos andan afanados en sustanciar sus candidaturas. Deben completar 500 diputados federales. En algunos casos, más cargos en tratándose de diputados locales y ayuntamientos, como en Guanajuato.
Los partidos políticos entre nosotros apenas sí tienen competitividad desde unas pocas décadas; antes, el partidazo se llevaba todo: el PRI tenía la organización, la campaña y la calificación de su lado. Pero las sucesivas reformas electorales le quitaron al autoritarismo algunos espacios de representación y hasta de conformación de administraciones públicas. Por eso es menester que quienes denostan al sistema de partidos volteen un poco hacia atrás y miren lo que hemos dejado como lastre.
Desde luego que los retos intrínsecos de un nuevo sistema de partidos no halagan a nadie en particular. Por ejemplo, el fenómeno taxi ha resultado ser nocivo y hasta criminal. Eso de que se trepan individuos de toda ralea para hacerse del cargo, pone a los partidos acarreadores de esos en un brete que hace crisis.
Yo soy de los que piensan que los partidos políticos debieran jugar la contienda con sus propios cuadros, con los que hacen tareas partidarias y que son conocidos bien en sus interiores. Ello trae dos ventajas: por un lado, se impulsa al compañero comprometido y por el otro, se cortan las uñas de los truhanes. Pero eso no ocurrirá todavía. La rentabilidad del espectáculo popular rifa ya en las nominaciones.
Los partidos políticos tienen que hacerse cargo de sus encargos. Nada de que llevan al que sea a los puestos y luego los dejan a la buena del dios que adoran. En todo caso, a los ciudadanos nos toca cuidarnos de ellos.