Es lugar común afirmar que la mexicana es una democracia germinal: apenas sí brotaron algunas verduras en la tierra yerma del autoritarismo. No somos, por tanto la democracia; somos sí, una aspiración políticamente correcta.
Para eso de gobernarnos entre todos pacíficamente nos falta harto esfuerzo. Organizar la democracia no es una enchilada. Y los organizadores de la participación política, es decir, para meternos conscientemente a la cosa pública, son los partidos políticos. Nuestra sociedad política repartida en ellos debiera encargarse de los cimientos, estructuras y algo más del entramado democrático. Sin embargo, solo se han entretenido en lo electoral.
Preguntándome por qué no impulsan nuestros partidos políticos a la democracia más allá del voto, me entretuve leyendo y tratando de encontrar el concepto democracia en sus plataformas electorales, esos documentos que son la prescripción que proponen para nosotros campaña tras campaña. La indagatoria fue concluyente: no nos prescriben precisamente democracia.
Sin abundar en los diez partidos, con nomás detenerse en los cuatro que más presencia tienen en Guanajuato, resulta explicable que no sean democratizadores. El PAN apenas sí subsume al bien común “su vocación democrática”; el PRI reivindica “sus aportaciones históricas y presentes a la construcción de la democracia” porque siempre se ha creído el impulsor; el PRD apenas tiene el nombre y la intención de un “estado democrático que sirva para mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos”; el Verde y el turquesa, nomás pugnantes.
Todos a una prefieren al “desarrollo”, esa noción incremental del nada de nada.