Heritage es el término utilizado mundialmente para referir la obra natural y humana en su historia.
Entre nosotros, hispanohablantes, se utiliza una machina descripción: patrimonio, lo que proviene del padre.
El patrimonio que nuestro padre forjó y que se nos deja en propiedad a sus descendientes para vivir de él. Herencia para rentistas.
Vivir de nuestras rentas ha sido sueño del ocio. No tener que hacer mucho por cuidar lo que se nos legó es la ley del mínimo esfuerzo y la máxima ganancia. Por eso no importa demasiado si la propiedad se deteriora, si al fin y al cabo deja.
Tal mentalidad subsiste en quienes han fodongueado la inscripción que hizo la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés) de las ciudades y sitios considerados excepcionales en la historia.
Estar en la Lista del Patrimonio Mundial, no otorga un acedo honor, no es cédula o título gozoso, ni mucho menos es una exención para explotar el bien inscrito.
México, como país integrante de la organización de naciones, suscribe los instrumentos que allí se emiten y, al ratificarlos en el Senado de nuestra república, se incorporan al corpus jurídico que nos rige; así, estamos ante una obligación jurídicamente aceptada.
Quienes ven al patrimonio como un listón en su familia, quienes lo utilizan para disfrazar sus tropelías y quienes exigen que se les otorgue en exclusiva están violando la ley y el sentido racional de las cosas públicas.
Estar en el patrimonio implica la obligación vital de conservar por excepcionalidad, porque no hay otro que se le iguale y porque hay que preservarlo como lo que es, no por lo que nos inventemos con esa estética consumista home depot tan de moda. La Lista obliga, es ley y ésta no es cosa de gusto al modo.