Ya terminaron las campañas con toda su algarabía y crímenes, los obvios de sangre y los ocultos de otras trácalas. Los candidatos y sus organizaciones que les respaldan se disponen a jugar con el capitalito que nosotros tenemos: el voto.
Como ese trompo utilizado para jugar apostando, los actores preparan sus apuestas. Tendrán que hacer girar el trompito para ver qué les toca. Hay quien quiere que le toque el toma todo, pero también habrá a quien le toque el pon todo. Unos sacarán algo, toma dos que tres y así. Cosa de su suerte y habilidad para ese juego.
Pero lo importante del juego de la pirinola está en el mazo. Somos nosotros los que acumulamos ganancia o la quitamos. Candidaturas hay que quieren todo y nos han tratado con cualquier cantidad de truculencia; nos creen clientela a la que le pueden vender su marca y a eso le apuestan. Quieren que votemos todo de un jalón su color. Apuestan a la corazonada, no a la razón.
Los hay que creen que como han llenado plazas sus triunfos ya se anuncian; no saben que las plazas no votan, quizá se divierten con los espectáculos que les montan para figurar popularidad. El encuestadero ha sido el negocio de la temporada. Todos los jugadores han comprado encuestas para aventárnoslas como propaganda y para asustar a sus rivales: –¡Mira, voy chingo de puntos arriba de todos! Y el apantalle pronostica la depresión o la algarabía. Más allá de cualquier juego o jugarreta, los que importamos somos los ciudadanos, los que votamos. Los abstencionistas conceden lo que resulte. Entre nosotros hay un enorme analfabetismo político que no quiere para nada a la política. Es como darnos un balazo en el pie. Pero nuestro voto sirve para rescatar a la política de manos corruptas. ¡A votar!