No sé si fue antes o después de misa, pero los ayudantes guanajuatenses se citaron en dominguera sesión para aprobar la planeación municipal.
Debo suponer que los miembros edilicios se afanaron en estudiar a fondo qué hacer para “atender las necesidades de una población cada vez mayor, que se extiende a través de una superficie en más de mil kilómetros cuadrados”.
De entrada, es de agradecer que se refrenden a sí mismos: “no estará permitida la improvisación tanto en la función pública de gobernar como en el servicio público”; aunque en el arranque de octubre hasta acá mucho de ocurrencia hayamos visto.
Y ya puestos a cumplir, se comprometieron a que su “Programa contiene los compromisos realizados durante la campaña política para la Presidencia Municipal, buscando atender las necesidades que la ciudadanía le fue presentando durante los recorridos por todo el territorio municipal”. Sus electores son los primeros obligados a verificar en los hechos ese aserto; los que no les votaron, también tienen derecho a exigirles por lo menos coherencia.
Sus “ejes” siguen teniendo ese tufillo gerencial que ha intoxicado a las administraciones públicas de tiempo atrás; por eso sus generalidades siempre se trazan en positivo: reingeniería, tranquilidad, cultura inteligente, óptimo control, perspectiva estratégica y otras zarandajas que muy difícilmente podrían los ayuntantes explicar pie a tierra.
Pero tengo para mí que estamos ante otro fallido instrumento que chocará con la necia realidad, tan ajena a los propósitos burocráticos de quienes solo ven oportunidad de ingreso y elecciones próximas.
