De plano andamos bien perdidos en los municipios.
Un buen día se presentan los partidos políticos una marabunta de aspirantes a los cargos de elección popular, tal cual sucedió apenas el año pasado. Como no hay para todos, a troche moche se seleccionan a los ganones; y se lanzan a las campañas a pulsar necesidades y a ofrecer soluciones. Los partidos elaboran sus plataformas electorales, mismas que deben registrarse ante el órgano electoral. Y votamos y unos ganan y otros no.
Meses después, como de un sombrero de mago pueblerino, aparecen los llamados planes de gobierno municipales. Generalmente son mandados a hacer por fuera del ayuntamiento y, por supuesto, resultan documentos de chile, de dulce y de manteca, mismos que tienen que ser aprobados perentoriamente en sesión ayuntada, conozcan o no su contenido (en realidad, la mayoría no sabe ni le importa nada el mamotreto). Estamos ante un mero requisito.
Así pues, las campañas electorales, las reuniones con los electores y las plataformas electorales se han quedado en el olvido: ya hay otro plan postizo.
Aprobado eso, en realidad ahora viene el inefable método ocurrencial de gobernar: todo se hará según las ganas, las circunstancias, los intereses y el poco tiempo que tienen. Que metas del desarrollo, que para el crecimiento, que la mano del muerto, una vez más engrosarán los anaqueles y las cajas del archivo muerto.
De muy lejos en la historia mexicana viene eso de planear; sin embargo, al parejo está la verdad de que eso nunca ha servido un carajo.
Otra vez y hasta que alguien ilumine: la ley obliga a cumplir funciones y tareas, y esas hay muchísimas. Un simple acatamiento (ay, qué cosa) sería suficiente para gobernar; pero no, no se trata de hacer el bien… se trata de servirse para el porvenir.