“Yo no soy el papá de los alcaldes”, dijo molestón el gobernador de Guanajuato. Pos sí, ni siquiera sabe que alcalde no existe en nuestra legislación: se denomina presidente municipal a quien encabeza un ayuntamiento. Pero más allá de la ignorancia, lo que se viene a ratificar es que nadie, absolutamente nadie se hace cargo de los políticos municipales, por no hablar de los demás.
Todos los que llegan a los cargos públicos municipales hacen lo que su entender les arrima. De la estupidez cotidiana a la vil corrupción, son pocas las acciones que dan lustre o siquiera dignidad al cargo más cercano a los habitantes. Hace mucho que se escucha decir con desánimo: “vamos de mal en peor”.
Esa maña nefasta que pone al presidente municipal como el gobierno, dejando de lado y francamente desaparecer en los hechos al colectivo denominado ayuntamiento, ha propiciado que verdaderos malandrines se hagan del poder para asignarse beneficios sin control alguno.
Son muchos los ex presidentes municipales que evidencian de cierto que en la política guanajuatense se obtiene harto dinero y sin riesgos. Regidores y síndicos, directores y funcionarios pueden hacer lo que les venga en gana, al fin que nadie se los reclama oficialmente con atingencia. Muchas de las auditorías, cuando las hay, son simples manazos al malportado.
La profundidad de la crisis política mexicana tiene a los partidos políticos como culpables: postulan a quien sea y no se hacen responsables de sus consecuencias. Nomás nos queda el siguiente voto para deshacernos de maloras hijos de nuestras desgracias; pero…