La mentira política se usa para hacernos sentir alivio.
En la medicina es harto usado el efecto placebo para producirle al paciente algo que le beneficiará en su salud. En la política se usa constantemente para hacer creer que hay expectativas de mejoría en seguridad, en economía, en lo que sea que esté haciendo un mal al cuerpo social enfermo.
Como ya comenzó la tanda de informes gubernamentales, habremos de recibir altas dosis de inocuidades a cargo de la propaganda oficial. Nos dirán los informantes que sí, que hay gravedad entre nosotros, que su intensidad es evidente, pero que ellos llevan un curso que normalizará todo si aceptamos su prescripción.
Sólo beneficios habremos de encontrar en sus sugestiones. Las palabras políticas se elaboran para hacernos pensar que las administraciones son eficaces. Son nuestros opiáceos, los cannabinoides, la dopamina que nos mantienen tranquilos y creyentes. Les creemos a nuestros políticos porque nos dan lo que queremos oír.
Sobrediagnosticados nuestros males, lo que importa es un alivio a la de ya. Y ahí es donde el efecto placebo surte sus resultados: nos hacen creer que sus dichos y acciones son el remedio. Y nos sentimos mejor si aceptamos su tratamiento.
La terapia política de estos tiempos ya está encaminada hacia el proceso electoral del año veintiuno, el más grande y complicado de nuestra historia democrática. Lo que nos ofrecen es, en resumen, algo inerte, incapaz de realmente resolvernos nuestros males. Nos quieren paralizados, confiados en que ellos son la neta del planeta.
Hemos vivido en la mentira y en ella nos resolvemos.
