Resulta enternecedor cómo las personas buscan ser populares a como de lugar.
Puede ser que si logras miles o millones de seguidores o fans o likes hasta puedas monetizar, esa manera contemporánea de ganar dinerales por mostrarte y, claro, ser muy popular.
Influencers, estanduperos y cuanto viral consigue que sus imágenes suban en las visitas y preferencias del público usuario de las redes puede ser figura y figurón.
Todo eso pudiera quedarse en los ámbitos de las personas con más o menos talentos que exhibir, y se entiende. El asunto es que eso se tergiversa en tratándose de los políticos. Es verdad que ellos son personas al igual que cualquiera de nosotros; la diferencia es que ellos se encargan de las cosas públicas que están en las administraciones públicas. Es decir, ellos son públicos de por sí.
Entonces, ¿por qué diantres pagan millonadas por hacerse parecer populares? Encuestas de toda laya son contratadas para demostrar que el político es tan popular que compite con otros populares cualesquiera.
Pero, ¿nuestros problemas necesitan populares o eficientes? La inseguridad con sus criminalidades, ¿requiere popularidad?; la falta de agua ¿también? Y así todos los asuntos que les encargamos cuando los elegimos para resolverlos. Las selfies, los posteos, las páginas llenas de imágenes y las apariciones de los políticos disfrazados de lo que sea no son útiles para nadie, salvo para su egolátrico existir.
Ya no digamos que nos cuestan un ojo de la cara mantenerlos en los cargos, ellos se encargan de mocharle a los dineros públicos para promocionar su persona en cuanta ocasión se presenta o se provoca.
Las administraciones públicas tienen en la egolatría oficial a sus peores enemigos. Simplemente pierden el tiempo y los recursos que les otorgamos para jugar a ser lo que no serían de otra manera.