A estas alturas de nuestra humanidad, hemos de ver que siempre están los que agandallan a los demás.
Ni la civilización ni las religiones, nada ha servido para que los más ambiciosos se hagan del poder para fastidiar al prójimo.
La tierra y sus fracciones son los bienes más visibles. Unos se quedan con las mejores y mayores áreas para utilizarlas en sus fines. Tiñen, por supuesto, con los útiles instrumentos legales todo lo que poseen. Así provengan de viles despojos o de acaparamiento inmobiliario, sus documentos legalizados sirven para que ninguna autoridad se meta con ellos.
Fraccionamientos de las ciudades que crecen inmisericordes con las vegetaciones, la fauna, el agua y hasta el aire son para acumular dinero en cuentas innúmeras que les facilitan una vida de ostentaciones glamurosas, aunque nacos sean de una vez y para siempre.
Sierras y montañas, cañadas y ríos, todo, absolutamente todo está destinado para ser objeto de los deseos acumuladores.
Quienes no tengan ni en qué caerse muertos, allá ellos y los gusanos, porque los buitres están ocupadísimos creando fondos para sí mismos. La tierra, este planeta, no es de todos, es de ellos.