Conquistar, poblar y evangelizar fueron las misiones que justificaron la presencia de los otros en terrenos ajenos.
Pues parece que de la historia colonial nos viene eso de querernos cinchar a todos con la fe, esa creencia en que todo está predestinado.
La redención de los pecadores implica hacernos ver que el castigo puede ser ominoso si no nos apegamos a las tablas de la fe.
Los pecados son muchos, pero la soberbia, que es madre de los demás, hace que los evangelizadores se crean superiores, que son enviados por el mismísimo redentor, por el que lo perdona todo si y solo si te le adhieres sin chistar, humillado y sometido a los designios ya trazados.
Ay del que osare sospechar siquiera de la bonhomía y entereza de los buenos muy buenos, enviados del señor.
Si uno se desentiende de su obra redentora, la acedia se castigará con el desprecio, la descalificación y la expulsión; en cambio, si accedes a reconocer las virtudes plenas que mueven al proyecto que se te ofrece, la gloria con la salida de las ánimas del purgatorio te espera.
La más grave traición es ubicarte entre los enemigos del pueblo bueno, traicionar a la patria y hasta a la matria.
Estamos viendo cómo la comunicación política está modificada en propagación de la fe de los nuevos evangelizadores: estás conmigo o contra mí.
Duro momento de nuestro fracaso educativo que no nos formó ciudadanos en democracia sino en pueriles seres de guardería autoritaria.