El panismo guanajuatense ha preferido gerenciar al estado sin gobernarlo.
Sin hacerse cargo de la enorme desconfianza que los políticos traen consigo, o quizá por ello, las ideas del mercado les son más cómodas. Prefieren la propaganda que a la tarea de comunicar; la imagen construida que a su presencia donde se requiere; relaciones públicas que a la política.
La política ya les repugna. Y eso es porque ya no saben honrar la palabra, se han empobrecido hasta en léxico: hace mucho que solo se repiten sin renovar ideas.
Hacer política es un bien intangible que no poseen; prefieren los tangibles sonantes y contantes. Reunirse con las personas de todos los ámbitos y clases, acordar y comprometerse genuinamente, honrar la palabra comprometida es la carnita de la tarea política.
Pero el panismo hace rato que solo privilegia a los que le quieren. Y con ellos y para ellos se esfuerza en aparentar que gobierna.
A la enorme mayoría necesitada de respuestas solo se le dan evasivas, lances mercadotécnicos y espectáculos montados que se agotan a la de ya. No quieren ver el desastre educativo, no andan por las terracerías empobrecidas, no soportan sindicatos ni movimientos sociales y, sobre todo, no quieren mancharse de sangre que se derrama a diario por todos lados a causa del crimen que les creció en sus barbas.
Las ferias, las reuniones a modo, las fotos sonrientes, los listones cortados, el azoro tecnológico ya son delirio de una mente-factura que no pasó por la manufactura, esa que exige ensuciarse las manos para construir salidas útiles.