El antiguo ogro que se las daba de filántropo no se ha ido del todo, es parte de la cultura priista.
Para tener clientela de todo tipo, usar el dinero público siempre ha servido. Lo mismo se regalan despensas que televisores, tarjetas plásticas para comprar cosas; préstamos y créditos más o menos llevaderos; pero si algo es distintivo es eso de usar el presupuesto para darle a los cultos y lucirse con ellos.
Becas de todo tipo, nacionales o al extranjero; contratos para pintar, esculpir o escribir; fondos institucionalizados para todo gasto matizado cultural. El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) es la bolsa para dar y repartir a cargo del Consejo Nacional para lo mismo (CONACULTA). Para los creadores, dinero público, y eso no extraña; el asunto es que los políticos también se van sobre esa lana.
Si el alcalde de Guanajuato quiere embellecer la ciudad, rápido se va a “bajar” los dineros que necesita el maquillaje citadino; pero también, si un senador de la República le quiere cagar la granja a su rival político, se agarra de esos fondos para programarse actos culturales. Ya se le han metido millonadas al embellecimiento de la mugre urbana y ya se han dedicado “homenajes” a dos muertos que ya ni protestar pueden: Juan Ibáñez y Diego Rivera. Y los que vengan.
¿Con qué criterio técnico el CONACULTA decide que sí hay para el alcalde y también para el senador? ¿Qué cuentas se rinden de sus usos? Nada de nada. Esos dineros se usan a discreción y su finalidad es el lucimiento del político que “bajó” dinero en aras de su porvenir electoral.