Cuando uno platica de política con amigos, familiares y conocidos, se utilizan las expresiones que nos son familiares para explicarnos y entendernos o hasta pelearnos. Y casi siempre no hay que hablar de política. Es diferente cuando comienzan a hablar los políticos: no se les entiende qué diantres quieren decir. No son como nosotros; utilizan un lenguaje raro, incomprensible y que resulta apantallador. Alguno más listo simplemente utiliza expresiones facilonas como “pueblo” para hacerse sentir parte de esa melcocha a la que pocos le huyen.
Ya están entre nosotros, metidos hasta en la sopa los políticos que quieren nuestro voto. Nos sonríen, nos tutean, se hacen los chistosos, levantan los brazos y encienden sus expresiones: nos quieren encandilar. Pero, ¿los conocemos?, ¿podemos hablar con ellos como lo hacemos en confianza?; es más, ¿nos escuchan?
La propaganda es siempre lineal, unidireccional, va dirigida al cliente para que crea que el producto en oferta es lo mejor de lo mejor; un cliente solo se transforma en consumidor inteligente cuando sabe qué necesita y dónde encontrarlo. En campaña, lo que hay es un juego de intereses: los del mercado y los del cliente. Hace rato que la propaganda política así nos trata: somos clientela a conquistar para adquirir sus ofertas. ¿Cuántos de nosotros, posibles electores, podemos platicar realmente de política con esos políticos en campaña? Levante la mano el agraciado. La comunicación debe ser poner en común nuestros asuntos. Pero los partidos y sus candidatos apenas sí tejieron sus intereses para ver qué gana quién. La propaganda hará que se les promueva con su marca partidaria y sus ofertas facilonas. Y nosotros, nomás milando.