El Movimiento de Regeneración Nacional, acaudillado por Andrés Manuel López Obrador, sirve para regresar al sistema político que tenía como eje supremo al señor presidente, y en el cual todo se sometía a su voluntad. En eso no hay sorpresa.
En 2018 hicieron lo necesario para alcanzar la presidencia y la mayoría en el Congreso. Desde entonces quedó claro que AMLO sería presidente de México, de su México, no de la República. Al sectarizar a su gobierno, comenzó la exclusión de todo lo demás, incluidas las instituciones tan molestas que le era necesario mandar al diablo.
¿Y qué fue del antiguo régimen tan añorado por el Primor (PRI-Morena)? Un partido hegemónico que ganaba todos los cargos porque sus gobiernos organizaban las elecciones, las calificaban y otorgaban los nombramientos. Ese régimen era dirigido con mano dura por el señor presidente, que era jefe de Estado, jefe de gobierno, comandante supremo de las fuerzas armadas, legislador preminente, favorecedor de todos los puestos, jefe del partido, palomeador de las candidaturas de todo tipo, gastador del erario sin objeciones, concesionario de cuanto negocio le fuera útil; es decir, el poder de los poderes que controlaba al Congreso para que ni una coma le quitaran a sus iniciativas y, por supuesto, favorecedor de jueces que no le impidieran sus asuntos. Justo como ahora se redibuja desde el palacio virreinal.
Y eso lo ratificó la candidata del presidente en el último debate: Todo está dicho y tramitado, reduciremos a los demás poderes para ajustarlos a las necesidades presidencialistas y seguiremos con lo mismo que ahora impusimos, incluida una elección desde el poder organizada desde cinco años ha. En todo eso no hay méritos, es una simple y obscena regresión autoritaria.