A pretexto del inicio de sus campañas políticas, muchos aparecieron de templo en templo para hacer oficio de andar rezando.
No son fieles ovejas, son lobitos pidiendo el milagro electoral.
Se apersonaron para hacerse notar, para lanzar oraciones que no rezan con su fe sino con su encomienda.
El clero católico se ha quejado de que al templo nomás acuden los dizque fieles para cosas “sociales”: bautizos que terminan en parrandas, primeras comuniones que también, presentaciones de niños, bodas y cuerpos presentes que son únicas ocasiones para ir. Bueno, pues ahora hay que agregar a los políticos que van a ostentar su postulación.
El pitorreo seudo religioso que está haciendo perder membresía a las organizaciones confesionales tiene en los advenedizos electorales un clavo más para la dolorosa.
Orar el credo no necesariamente casa con la vida cotidiana del rezador. Van y se meten al templo pero no aman a su próximo. Y eso se nota más con los que quieren un trozo del poder: gobiernan por todo menos para las personas, van a orarle a la persona divina pero usan a la persona humana.
Así como se recitan las oraciones, así quedan registradas las “recitaciones” políticas que dicen lo que no creen. En campaña todo es promesa; en el cargo, todo interés.
Mi maestro Peñaflor me asegura que Jesús nunca fue o quiso ser sacerdote, que sacó del templo a los mercaderes y que los fariseos quisieron crucificarlo por molesto. Pues es fariseismo la elusión del espíritu religioso en aras de la intención electoral; es, en todo caso, hipocresía.
