Resulta proverbial el peregrinar de los vecinos de los antros guanajuatenses a cuanta oficina pública hay para exigir que el volumen de los musiqueros se reduzca. Y nada…
Otra vez. Las instituciones se crean para ayudar a las personas, pero tales instituciones, encarnadas en nombres y apellidos específicos, no sirven al propósito.
Arturo Parra es un profesional de la ciudad como pocos y él ha andado de peregrino por la presidencia municipal, por la Universidad, por el sindicato de mineros, por el mercado, por la Alhóndiga y por cuanto lugar existe afectado por el ruido. Y nada…
Nadie pela en la ciudad. Como si no pasara nada, nada se hace por encarar razonablemente los males citadinos, los antiguos y los recientes.
De suyo es frustrante que a las personas vecinas, ilustres o no, se les mande por un tubo cuando van a presentar casos agraviantes. Pero las que por el ruido han hecho causa, cada día se enojan más.
Las autoridades, otra vez, son omisas en eso de cumplir y hacer cumplir la ley. El Bando de policía y buen gobierno -es en serio, no jueguen- contempla las emisiones de ruido con decibeles exactos. Y nada…
En la ciudad, antros, cantinas, farmacias, motociclistas, automovilistas, urbaneros y cuanto ser se echa a la calle, hace ruido, su ruido. Y tenemos todos que sufrirlo, nos cuadre o no y sea la hora que sea.
Parece que a nadie importa el daño que las vibraciones hacen a las personas, a la ciudad con sus monumentos y a los demás seres que andamos por ella. Los vecinos de Alonso, por ejemplo, escribieron al nuevo alcalde que “Desde el 2009 hasta estos días hemos, reiteradamente, solicitado atención a este problema mediante oficios, que ninguno ha sido contestado de manera oficial por escrito, se han realizado reuniones de las cuales los resultados no han sido no determinantes ni resolutivos”. Esto es, nada…