Con falsario nacionalismo, el titular del trabajo en nuestro país asegura que es falso de toda falsedad que entre nosotros haya sindicatos falsos o de protección, como denunció el gobierno norteamericano ante la Organización Internacional del Trabajo en Suiza, recientemente.
Como casi nadie sabe ya qué diantres es eso de estar sindicalizado, el discurso oficial solo habla de atraer inversiones y generar empleo. Es el parnaso lucidor. Sin embargo, de los “estímulos” para atraer esos dineros no se rinden cuentas ni mucho menos se transparenta la condición en que se otorga el trabajo generado. Usos del suelo, urbanizaciones, servicios indispensables y subsidios fiscales se otorgan a manos llenas a los inversores, particularmente a los automotrices de moda en estos lares. Todo con el paro de suavizar el paro.
Las instalaciones se llenan de solicitantes de empleo y se van ocupando las plazas disponibles. A ningún contratado se le hacen ver derechos laborales, solo se aluden las muletillas referentes a las “prestaciones de ley”. Y al cabo, resulta que la rotación de personal es constante, que los tratos capataces son infames y que las jornadas son machucadoras. ¿Y el sindicato? Existe para efectos formales, pero los trabajadores no lo conocen. Sus titulares han suscrito los respectivos “contratos colectivos” que de eso nada tienen porque son convenios privados que protegen al inversionista-patrón.
El secretario del trabajo bien haría en dejar de echar discursos; mejor sería que se instaurara el registro público de sindicatos y de contratos suscritos para que cualquiera se interese en sus términos y decida si le entra a tal o cual empresa, ateniéndose por sí mismo a las consecuencias.