Hartas voces desgañitan su enfado ante las manifestaciones vulgarizadas de los candidatos en campañas: horrísonos ruidos goruperos a modo de música; bailongos mareadores, consignas descerebradas y gritos y más gritos.
¿De dónde creen que provienen esos personajes y sus moditos? Pues de la propia sociedad que hoy hemos amasado.
Casa, vestido y sustento son las necesidades básicas que debemos asegurarnos para vivir. El capitalismo consumista que nos enreda requiere ganancias rápidas y cuantiosas; por eso la urbanización endiablada abarca más y más terreno en donde se hacinan gentes urgidas de un cobijo, aunque sea lejísimos, con problemas angustiantes de servicios. Conseguirse indumentaria que debe ser de marca, aunque sea pirata extendida, está en el reclamo consumista cotidiano y muy interiorizado. Y el sustento en su doble sentido, alimento y vigor, es chatarra y espectáculo banal.
Estamos amontonados en terribles urbes, haciendo lo imposible para comprar, comprar y comprar y, sobre todo, tragando porquerías industrializadas que nos tienen en el tope de la gordura enfermiza mundial y consumiendo contenidos insustanciales provenientes de la industria del espectáculo con todos sus instrumentos, particularmente la televisión.
Somos entonces una sociedad de muy baja calidad. Y de entre nosotros emergen las complacencias extendidas por todo el país y por nosotros acontece que solo tengamos una democracia comercial. Nuestros vínculos básicos insustanciales hacen posible ese comportamiento social enajenado. De lo que debiéramos aprender que una sociedad con tal sociabilidad no puede tener política decente ni políticos sinceros.