Los organizadores de la visita papal lograron salirse con la suya en su intento. A pesar de contradicciones y dificultades, les salió su fiesta cristera.
El adjetivo posesivo no es gratuito: todo fue de y para ellos mismos. Suyo es el poder poseso de la visita benedictina.
Allí estuvieron: en el aeropuerto sus caras sonreían felices; en las habitaciones, cenas y encuentros, amén de en los escenarios exteriores tuvieron los privilegios; sus niños estuvieron cerca y fueron bendecidos.
Los valedores que se pusieron con una lana para pagar gastos fueron colocados en sitiales preferentes, hasta comulgaron (y quizá fueron escuchados en confesión) para expiar sus pecados por las jerarquía. Tráfico de influencias para sus indulgencias.
El funcionariado y los partidarios hilaron y tejieron con los mensajes: el bien común reforzado que pronto surgirá en sus discursos y acciones.
Los lujosos convoyes vehiculares, con todo el personal implicado; los operativos de seguridad; la logística imprescindible y la habilitación de todos, absolutamente todos los escenarios, corrieron a cargo del erario. Que también el clero y los empresarios se pusieron con su cuerno, sí; pero la opacidad no llegará a ocultar lo que a ojos vistas quedó evidenciado: el gobierno pagó misa, alabanzas y entronizaciones cristeras.
Los medios de comunicación excedieron sus rasgos periodísticos; particularmente, la televisión se erigió, otra vez, en el púlpito posmo que nos aturdió de “valores” ad nauseam.
Y los demás fuimos obligados a permanecer en casa sin transporte, sin abasto, sin negocio, sin trabajo, sin escuela, sin… Miles en las vallas y las calles vaciadas.
Ellos pujaron para santificarse. Pero olvidan, pecadores, que sólo “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”. Ora pues, carguen su cruz y no esperen complicidades.
