Allí estaban, absortos y juguetones, el secretario de turismo y el gobernador como niños ante juguetito nuevo: un teleférico que creen que subirá a los cristeros a la montaña.
Como no saben qué hacer con el terreno del Bicentenario, le han metido de todo: una expo patriotera sin chiste, un Papa con misa, vajillas y trebejos para disfrazarse de Titanic, reproducciones de Miguel Ángel y hasta oficinas burocráticas. Ahora, cómo no, quieren un teleférico de allí hasta la cima del cristo.
Sometido el gobierno estatal al influjo del estilo ocurrencial de funcionar, ha derrochado cuanta millonada tiene o consigue endeudándose. Y viene de lejos: desde el tren interurbano de Medina, la refinería y sus terrenos adquiridos mañosamente por Oliva y, por supuesto, ese terreno de Silao movido a cuanta cosa se le antoje al de turismo estatal, ese funcionario que reina bajo su demagógica consigna de que somos destino cultural, gastronómico, enológico y lo que sea que le dé modo y figura, desplazando a funcionarios formalmente encargados de áreas como la cultura; así se demuestra que no hay política cultural, que tampoco una política turística seria y que se hace lo que se antoja con el poder público.
Cómo van a tener idea de lo que Guanajuato es si sus consumos culturales se limitan a los adquiridos a las televisoras. Para ellos el Cervantino es un gasto y su bohemia televisa es un gusto.
Ahora viene un teleférico austriaco justificado como “nuevo modelo de movilidad que conectaría al Parque Bicentenario con Cristo Rey y descender a los pueblos mineros” donde hicieron una melcocha de despropósitos mercantiles que nomás no pega.
El asunto es que ese juguete va a costar, de entrada, 368 millones de pesos, amén de que ni siquiera está en una propuesta que apenas se insinúa de ley de movilidad en el Congreso. Pos sí, vivimos en el desperdicio oficial que es peor que la simple ladronería.