¿Son de creerse las cosas que los funcionarios nos aseguran que así son?
Si nos presumen las obras en las que gastaron millonadas, siempre hay una dejo de sospecha: ¿de a cómo el moche de la comisión? Y no es que así haya sido; la burra no era arisca.
Cuando se trata de notas mediáticas, escandalosas, como el terrorismo, inmediatamente nos salen con que son hechos aislados y sin consecuencias mayores. Que todo está bajo control. Ey, ajá.
Si se trata de asuntos como el de los estudiantes de la normal de Ayotzinapa, el mentidero ha crecido con el paso de los años. Construyeron una verdad histórica que ahora se confronta con otra verdad, la política; y sigue sin haber la verdad jurídica. La historia se narra a partir de los hechos verificados; la política se resuelve con el poder que se utiliza; las leyes y sus procedimientos establecen modo, tiempo y lugar, por lo menos, encuadrados en la violación delictuosa.
¿Qué tienen en común esas verdades? Que todas son narraciones, relatos de autor. Los historiadores verifican los hechos acuciosamente; los políticos utilizan su poder para elaborar discursos a modo; y los juristas determinan las conductas susceptibles de ser punibles. Historiadores, políticos y juristas elaboran sus narraciones en las que exponen sus argumentos que tratan de ser convincentes. Ya luego, uno puede creerles o no. En todo caso, lo que queda claro es que los creadores de relatos históricos, jurídicos y políticos usan conceptos que ellos se forman en la mente, son sus juicios y proposiciones, no exentas de artificios para engañarnos, según sus intereses. ¿Comulga usted todavía con piedras de molino?