Un niño de primaria dibuja su aspiración de ser sicario cuando crezca. Una niña, también en su primaria, cuestiona el por qué nomás se habla de narcos y no de narcas, así como de sicarios y no sicarias. ¿De dónde sacan semejantes ideas? Pos de sus casas y vecindarios, de sus músicas y fiestas que suenan estruendosas al ritmo de los intérpretes de moda.
Películas, series televisivas o en streaming, plataformas musicales y de video, discos y memorias, toda la tecnología reproduce las ideas que ensalzan a la vida aventurera del crimen. Los musiqueros, los actores y actrices, los grupos en gira permanente, la bardas anunciadoras de presentaciones por todo el país, las ferias populares u oficiales y cuanto jolgorio familiar ocurra, la juguetería bélica codiciada por los niños y prohijada por los padres, hasta los días de fiesta escolares llevan el sello ineludible de la mano que mece nuestra cuna.
Los ranking de éxitos tienen a sus estrellas en los primerísimos lugares: millones de descargas y visualizaciones de sus productos lavan cantidades ingentes de dinero así producido. Rápido surgen los exitosos que ostentan la vida de lujos inimaginables de la noche a la mañana. Los hombres y mujeres tuneados y repletos de marcas carísimas, contando dólares delante del pobrerío que les admira por eso.
¿Alguien recuerda a los revolucionarios del siglo pasado que lucharon por ganar las conciencias de los mexicanos? Televisa nos hizo charros gritones y melancólicos, alma mater de la nacionalidad del siglo veinte. Pero ahora, en este veintiuno, son otros los que nos enajenan y nos hacen admirarlos, a querer o no.