Ya no pueden ocultar los panistas que su régimen es un fracaso rotundo.
De la primera vez que escuché a un gobernador de Guanajuato la palabra sicario hasta acá, la sangre se ha derramado impunemente.
La presencia cada vez más criminal de las “empresas” avanza sobre el territorio; Guanajuato, dicen, tiene dueño. Se hagan llamar como sea, su permanencia rebasa cualquier prevención o contención. Nuestras policías son simples personas dotadas de instrumentos que no atinan a usar, sino que, empoderadas, atraen conflictos e interés de los criminales que los quieren a su servicio: son fáciles de obtener, por las buenas o las malas; no es casualidad que nuestra tierra tenga uno de los más altos índices de policías asesinados.
La comisión u omisión, o la conjunción, de las administraciones públicas han propiciado que efectivamente, Guanajuato tenga dueño. Ya no somos nosotros, los habitantes, ni, obviamente, las “autoridades” que han perdido cualquier autoridad real. Y en política todo espacio vacío, siempre se ocupa. Los cuerpos de seguridad solo sirven para los homenajes de cuerpo presente tan continuos que ya no impactan; acaso también se gastan ingentes cantidades del dinero público en propagandizar a tal o cual funcionario, agotándose instantáneamente su fama.
Todo eso ha traído la violencia más cobarde: el terror de los explosivos y las ejecuciones a mansalva. No estamos ante fenómenos ideológicos o religiosos de las casusas de los terroristas por eso movidos; estamos en la vulgar y vil extracción del dinero de quienes lo trabajan. Por dinero se ensangrientan nuestras ciudades y poblados. Mientras, los gobiernos jugándole al tío Lolo.