Al no cancelarse el Festival por los sismos de septiembre, como en 1985, la “fiesta” se nos viene encima.
Para empezar, los dueños de antros ya exigen que se les deje funcionar hasta las 5 de la mañana. Y como no hay gobierno sino simples administradores del guanajuantro, no pelan a nadie de los habitantes que años tienen reclamando atención y soluciones al ruido, a la inseguridad y al funcionamiento desmadrado de esos antros que nos ponen en la mira de los traficantes de todo.
Muy pocos visitantes son atraídos por la cultura, el patrimonio, el arte o la naturaleza; la enorme mayoría son jóvenes que vienen al turismo basura, a emborracharse a muy bajos costos puesto que la coperacha y la única noche que permanecen no implica hospedajes eficientes ni de calidad, alimentos preparados y sí mucha chatarra y alcohol, amén de las drogas mimetizadas ya como “fiesta”.
Los expendios de alcohol se multiplican exponencialmente y los antreros surten sus reservas para obtener las ganancias soñadas festival tras festival. Las famosas “derramas” son producto del emborrachamiento. Los impactos que la ciudad debe soportar son de escenas embriagantes, riñas constantes, venta de bebidas a quien sea (menores incluidos), ruido infernal de bocinas colocadas hacia exteriores sin control, gente vomitándose o durmiendo la mona donde sea, bailongos gritones por todas las vías de niñas y niños desmadrados, habitaciones alquiladas para multitudes que hacen imposible la vida a los residentes, basura por toneladas y la mugre asociada, actitudes y comportamientos jaleadores y soeces; robos a transeúntes y a comercios, remisiones continuas a barandilla como la “gran aventura” y con policía entretenida en borrachos y descuido de la seguridad general.
Ese ambiente genera malestares que en Europa, por ejemplo, ya hasta atentados contra instalaciones y turistas han propiciado. ¿A eso aspiramos?