Entretenidos han estado quienes quieren entender al mexicano y lo mexicano. Las actitudes frente a las cosas que debieran importar han sido motivo y razón de sesudos análisis y de caricaturas mil: que si el mexicano es así o asado…
Vaya usted a saber si el montón de millones de personas regadas por el territorio conocido como México tenemos las mismas actitudes. Aunque de suyo sí hay ciertos rasgos que mueven a generalizar; uno de esos, el valemadrismo.
La madre es vital y referencia de todo tipo, pero valer madre algo o alguien es, simplemente, desdén. Ora, que a todos nos valga madre algo, se entiende, pero que a los que se meten a las cosas públicas les valga, eso ya cala.
A mí me puede valer madre un cierto político o partido político, y eso se queda en mi derecho; sin embargo, a ese partido o político en funciones no puede valerle madre que yo no los quiera ni les aplauda. Reaccionan con inteligencia o con pendejéz, y, como se ve, más como lo último, regularmente.
Si a los del poder les vale madre que se sepa de sus desmanes, trácalas y lavadas es porque a los demás nos ha valido hasta ahora, salvo la respectiva mentada socarrona. Y ya.
A la mayoría de las administraciones públicas mexicanas les invade el valemadrismo a la hora de rendir cuentas y ser transparentes en sus decisiones.
Fingir que se informa y que se disponen los datos que se requieran es ya una rutina del maquillaje, de ese vale madre cómo se reciba o se mire por los gobernados.
Hacer y deshacer, gastar y despilfarrar, robar y atracarse con tráfico de influencias es atávico fluir de la política mexicana, y por ese devenir histórico es que el valemadrismo oficial tiene piso y nunca medida.
Así las cosas, se entiende que entre los mexicanos valgan madre la política y sus políticos. Pero allí radica nuestra perdición…