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martes, abril 23, 2024

La ortografía, olvidada II

La semana pasada referí que en la anterior se publicaron tres artículos que abordaron desde igual número de perspectivas la ortografía. En uno de ellos, se denuncia cómo la mala ortografía ha llegado a las universidades. La preocupación no es menor porque se están esparciendo en diversas áreas de la actividad social personas con deficiencias al escribir. Ello sin tomar en cuenta que también serán padres de familia que no sabrán orientar con la debida precisión a sus hijos.

Uno de los problemas por los que los universitarios escriben mal es porque sus profesores también lo hacen. En este sentido hay dos tipos de enseñantes: los que reconocen la mala ortografía de sus alumnos y los que, definitivamente, son incapaces de hacerlo.

En el primer caso tenemos tres posturas, a su vez: los que reconocen la mala ortografía de sus alumnos y la corrigen a pesar de protestas; los que la reconocen, pero pasan por alto porque no es su responsabilidad; los que, a pesar de reconocerla, no soportan ser reclamados que no se trata de su materia.

Desafortunadamente, los del primer subgrupo son los menos. Los directivos de estos profesores, incluso, no son capaces de identificar que personal así es sumamente valioso pues elevan la calidad académica de sus instituciones. Pero a pesar de ello, si llegan a saber de ellos –suele ser por quejas de los propios alumnos–, en vez de alentar una actitud tan loable, procuran atender la solicitud del alumnado (se juegan la carrera de ascenso administrativo en el sector público o no están dispuesto a perder una colegiatura en el privado).

Al segundo y tercer subgrupo de este de este primer caso donde el profesor sí es capaz de reconocer las faltas ortográficas de sus alumnos, deberían tomar consciencia que están dejando en la sociedad personas con deficiencias de desarrollo profesional. La comunicación, querámoslo o no, es imprescindible para cualquier profesionista. Debe hacerlo de forma eficiente en los equipos que comanda o que, al menos, con los que se vincula. Consideremos, simplemente, un reporte (industrial, comercial, de ventas, etc.). Si no expresa con corrección lo que pretende decir, el reporte es inútil. Es como si no lo hubiere escrito. ¿De qué sirve un reporte que no comunica con eficiencia su contenido? (ya no hablemos de que se lea con deleite o sin trabas). Entonces es una acción que ha costado (tiempo, salario y recursos) sin el más mínimo aporte a la operación de la empresa u organismo, del tipo que sea.

Considérese, en este sentido, los millones de pesos que se tiraron cuando se descubrió que los libros de texto gratuito tenían cuando menos tres centenares de errores ortográficos. Ese dinero fue a dar al bote de basura. Y es natural, nadie puede detectar lo que no está preparado para identificar. Los profesionistas responsables de la producción de esos materiales, no estaban preparados adecuadamente para esa tarea (quizá sí en el contenido, pero en la ortografía, no).

Ahora consideremos el segundo grupo, los maestros incapaces de reconocer errores ortográficos. La mayoría de los que están en este caso, lo saben. Sin embargo, no suelen (en su mayoría) hacer el mínimo esfuerzo por remediar la situación. Se escudan en que así fueron formados (deficiencias de origen, como creer que las mayúsculas no se tildan).

Aquí lo que queda de manifiesto es que su nivel de superación es nulo. Lo que interesa es la seguridad de su trabajo porque, en la mayoría de los casos, tener mala ortografía no es razón suficiente para ser expulsado de una institución educativa. Lástima. Esa debería ser una variable importante porque como exprese sobre la pizarra el profesor las palabras, influirá en la forma de escribir de los alumnos. Decía Mao Tse, líder de la Revolución China, «Si uno escribe para sí mismo, el problema de la falta de comprensión se limita a uno… [como cuando nos dejamos recados que después somos capaces de descifrar]… Pero cuando uno escribe para otro, el problema se duplica; y si son varios quien lo leerán, el problema se multiplicó». Rescatemos a las universidades, cuando menos. Cero tolerancias.

Enrique R. Soriano Valencia
Enrique R. Soriano Valencia
Mexiqueño. Licenciaturas en Periodismo y Ciencias de la Educación. Premio Estatal de Periodismo Cultural 2009. Cuatro libros y tres centenares de talleres, cursos y conferencias sobre Redacción, Ortografía, Formación de Instructores y aspectos de la cultura mexica. Correo electrónico: sorianovalencia@hotmail.com Facebook: Chispitas-de-lenguaje Twitter: @ChispitasDeLeng

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