El próximo domingo se llevarán cabo las elecciones. Independientemente de quien resulte favorecido con el voto, exijo que los sistemas de comunicación que han abierto los candidatos a diputado (federales y del estado), se mantengan. Que la comunicación con los votantes ahora sea permanente para que no se limite a un ejercicio de seducción electoral. Si han de representarme, demando una comunicación permanente y no únicamente temporal, como ha sucedido hasta ahora, que finalizadas las campañas se olvidan de los ciudadanos de los distritos.
Reclamo de quienes lleguen a las diputaciones, respeto a la orientación que los ciudadanos demos a las leyes. Que respondan a la voluntad del distrito que representan. Los intereses u orientación del partido al que pertenecen jamás deben quedar por encima de la ciudadanía. Su compromiso primero es con el electorado. ¿Quieren ser reelectos en su escaño…?, ¡gánenselo!
Demando, igualmente, elaboración de leyes comprensibles para todos. Dejen de redactar normas solo para especialistas del derecho o de la materia en particular. Los enunciados deben ser directos y sencillos, en términos coloquiales. Comprensibles para el menos y el que más. Las leyes actuales están elaboradas con muchas deficiencias, alejadas de las formas modernas de la redacción y de la ortografía (en la primaria se usaba punto y guión para la numeración, pero eso es inadecuado y debe eliminarse de las leyes).
Además de las faltas ortográficas y las imprecisiones gramaticales (aquí denunciadas en anteriores artículos), los enunciados complejos dificultan la interpretación por la mayoría de los afectados. Si fueran sencillas y simples, jamás se llegaría a los debates entre los versados en las leyes, que derivan en la jurisprudencia. Si hay controversias es porque da la posibilidad de interpretación distinta un texto. Eso significa que está deficientemente redactado.
Por ello, reclamo sean capacitados no solo en los temas de interés social, también en las formas de expresarlos, de enunciarlos, apegados a la normativa del idioma y a las voces propias de la lengua española.
Dejar de hacerlo así, propicia el incumplimiento por incomprensión. Leyes complejas facilitan el coyotaje y la corrupción (bandera que en sus campañas enarbolan por combatir). Ya el propio Fuero Juzgo (654 d.C.) enuncia: «El hacedor de las leyes debe hablar poco y bien; y no debe dejar juicio dudoso (…) que lo entiendan, luego, todos los que le oyeren, y que lo sepan sin alguna duda…». Norma que no se entiende, es imposible acatarla. Los convoco a que usen correctamente el español. Superen el desprecio por el idioma, manifiesto en sus campañas.
Si desconocen el idioma y sus particularidades, ¿cómo garantizar normas enunciadas correctamente, sin que den pie a diferentes interpretaciones (anfibología)? Ese tipo de normas son un riesgo para cualquier ciudadano. La historia registra todo tipo de atropellos y abusos por las imprecisiones e incomprensión. Don Antonio Alatorre en su ya clásico libro 1001 años de la lengua española (FCE, 1979) recoge casos en que la ley sirvió de pretexto para masacrar pueblos indígenas ante la incomprensión de los edictos reales. Supera el concepto que las leyes solo deben ser entendidas por unos cuantos.
Escucha, diputado: capacítate en el idioma de forma cabal y mantén contacto con los ciudadanos de tu distrito (no solo mediante soporíferos informes), para que realmente nos representes. Incorpora a las leyes el sentir ciudadano, no solo la voluntad de tu partido.
Oye, diputado, te has vendido como la mejor opción; ahora demuéstralo. A partir de los resultados oficiales, la ciudadanía –que ha madurado mucho– podrá reclamar tus decisiones. Yo, al menos, me propongo hacerlo.
