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jueves, abril 25, 2024

Chucky, el muñeco diabólico (1988)

No mucha gente lo recuerda, pero en 1983 hubo una fiebre respecto a los Cabbage Patch Kids. Los muñecos que de seguro tuvo una de tus tías en su cuarto fueron un producto ingenioso que supo aprovechar una campaña de deseo enfocada hacia los niños que buscaban un muñeco más simple que aquellos que estaban en el mercado, Los Cabbage Patch Kids no comían, ni defecaban, no… lo que hacían eran esperar tus abrazos y tenían una acta de adopción que le ofrecían al niño una responsabilidad lejos de otro producto que no fuera el Chia Pet.

Fue en la temporada de compras de ese mismo año, en el que la gente se volvía loca por obtener uno de los muñecos. Coleco –la compañía que los producía- tuvo que anunciar el agotamiento de las reservas de dos millones de unidades en apenas el 6 de Octubre de ese año, lo que hizo movilizar a los padres de familia de tienda en tienda buscando el mentado regalo. Se hizo sonar el caso de Ed Pennington, un hombre que en la desesperación decidió mejor viajar de Kansas a Inglaterra para buscar dos muñecas para su hija (con otras 5 que regaló a noticieros y a niños enfermos de un hospital), en Wisconsin, una estación de radio sufría de constantes quejas porque en un programa anunciaron que un avión tiraría 2000 muñecos en el estadio de Milwaukee, y que los asistentes sólo debían llevar los datos de su tarjeta de crédito, y la gente se formaba en los supermercados desde un día antes esperando el momento de apertura para pelearse por las muñecas. Hubo robos, peleas, y una mujer sufrió heridas graves al tropezarse en la entrada y se pisoteada por todos los demás.

Esto… hizo reflexionar a Don Mancini. Su padre fue uno de los genios detrás de la campaña de marketing de los muñecos y se encontraba estudiando la carrera de cine en la UCLA; comenzaría a trabajar con un guión de sátira comercial que poco a poco se estaría rolando entre diversos productores que lo leían con curiosidad. El que se decidió dar el impulso monetario, sería nada más y nada menos que David Kirschner, quien fuera famoso por producir la película animada fuera de Disney más taquillera hasta ese entonces: Un cuento americano (Don Bluth, 1985).

Bajo la producción de Kirschner el guión de Mancini adoptó otro elemento, el del muñeco malvado. Inspirado por los productos del pasado con temática similar –y considerando muy curioso de que su aniversario se encuentre a un día después de Magic de Richard Attenborough, película sobre un ventrílocuo y su muñeco malvado- y en parte porque Kirschner había leído por aquel entonces The Dollhouse Murders, Kirschner, Mancini y Tom Holland –quien ya se encontraba dispuesto a dirigir el proyecto- contemplaron la siguiente pregunta ¿Qué pasaría si el juguete de tu hijo resultara ser un asesino?

En 1988 Chucky, el muñeco diabólico fue recriminada de un elemento: su falta de sutileza. Hay rastros del guión original de Mancini en donde se puede evidenciar un aire similar al de un giallo o una película de Brian De Palma (incluso dan uso tan tradicional del director de conjugar dos escenas en dos closeups), en donde el misterio de revelar al culpable de los crímenes no queda establecido si es en realidad Chucky o Andy. Son pequeñas migajas narrativas que quedan a flote porque la película no tiene la intención de narrar esto, anteponiendo la revelación de Chucky como figura central. Si bien esto puede ser considerado –y lo fue- como un problema, lo cierto es que es más inteligente de lo que aparenta. Es intencionada la razón de revelar esto porque el guión busca hacer algo inédito dentro de las películas de muñecos: darle prioridad al asesino y disfrutar del universo planteado,  y eso es algo inusual para 1988, en donde antes las figuras del horror eran simples, o un misterio de poco carisma. Chucky al igual que Freddy Krueger son figuras trascendentales porque tienen una carga de misterio, de horror, y también una personalidad que no pierden en mostrar.

Curioso que estos dos personajes provengan de la misma mente creativa en cuanto a su diseño, Kevin Yagher.

Chucky tiene intenciones macabras, su figura de juguete le permite moverse como una rata, es agresivo, y en Brad Douriff encontró una voz que se volvió indispensable para el personaje, así como en el papel más reconocido del siempre desconocido actor. Con una voz que trata de imitar a Jack Nicholson y que por encima de todo, es muy vulgar. Por supuesto que la concepción de que Douriff sea convincente tiene que venir de que creamos que Chucky sea real, y para 1988 los efectos siguen siendo convincentes, con un animatronic expresionista y el uso de gente pequeña para momentos en donde se requiera ver mover con mayor efusividad al asesino.

Es también curioso ver cómo el muñeco va cambiando de rostro conforme va pasando el filme y la maldición de su personaje.

El filme cuenta con un cast pequeño, pero que ayudan a vender la premisa a un efecto quizás hasta más logrado de lo que uno recuerda. El mayor exponente se encuentra en Catherine Hicks como Karen Barclay. Figura que se gana una inmediata familiaridad como una madre soltera que trata de mantener a flote las ilusiones de su hijo Andy por ser feliz en un entorno bastante solitario. Es evidentemente expresionista en sus ojos y su lucha, se une a la de descubrir en si su hijo dice la verdad y posteriormente en las labores de investigación que realiza para salvarle su vida.

No por nada tiene la mejor escena del filme, que es la revelación de Chucky, además de la dirección sobresaliente en la puesta con suspenso a tope, Hicks convence y su mirada de terror es memorable. Una pena que no tuviera una carrera posterior al filme dentro de la industria.

Al tratarse de un drama de fondo sobre una madre y su hijo, el hecho de que Hicks pueda congeniar con Alex Vincent es también algo que siempre se recuerda, y que para esquemas de horror es muy complicado de encontrar: a un niño convincente en su papel. Vincent tiene un aire de inocencia de inmediato, que nunca pierde y por el que tememos de lo que le vaya a pasar, y que genera un lazo triste a través de un muñeco que había anhelado hasta el momento… y no sé ustedes pero eso es algo con lo que me puedo identificar.

Chucky el muñeco diabólico fue un éxito mediano, más sobresaliente por tratarse de una película con bajo presupuesto y de parte de desconocidos hasta el momento; sus posteriores secuelas y rescate de la franquicia por parte de Mancini es algo que vivimos hasta nuestros tiempos, pero quisiera resaltar algo que todos pensamos y vivimos, pero que pocas veces se enmarca: el impacto de Chucky en nuestras vidas. Para la entrada de los años noventas la industria de la renta de videos se apoyó con portadas memorables, y una de las más llamativas de todas las tiendas se trataba de las entregas de Chucky, a quienes nuestros traductores le habían hecho un énfasis de tratarse de un muñeco diabólico, con todo y la voz infernal de Esteban Siller, a quien la gente puede recordar como la voz de Gárgamel de Los pitufos:

 

Veías esto, aunado a la caja que rentabas junto a tus primos, y esa voz infernal te acompañaba hasta las noches cuando dormías. Chucky es un clásico moderno del horror, y no siempre estamos dispuestos a analizar las películas que veíamos de niños por temor a perder ese aire de magia o de irrealidad que pensábamos, pero lo cierto es que a treinta años de existir, es un gran proyecto, uno creativo, repleto de momentos tensos y que marcaría tendencia en el cine de horror de la siguiente década que trataría de emular la fórmula del monstruo de los chicos buenos, pero sin la clase latente de todos los artesanos detrás de una película más inteligente de lo que aparenta.

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