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jueves, marzo 28, 2024

¿Cómo le van a hacer? ¡Ese no es mi problema!

Han pasado seis años desde que la historia que aquí compartiré comenzó… Por lo que para iniciar, lo único que puedo decir es que la transformación y el desarrollo en las comunidades se da justo con lo contrario al tinte sugerido en el título de esta columna, aunque en determinados momentos comprobé que esa postura no venía mal, manejándola bien en las situaciones pertinentes.

Corría el año 2013, tenía 22 años, y por una relación amorosa de juventud y muchas otras experiencias que definiría como “Diosidencias”, dejé ir un viaje todo pagado con mis amigos –por regalo de cumpleaños de uno de ellos nos hizo su papá- a Manzanillo, por irme de misiones con ella y su familia. El destino no era la sierra poblana, ni la oaxaqueña, ni la guerrerense, ni la chiapaneca: Era San Juan de Abajo, una comunidad de nuestro León, técnicamente referida como uno de los ocho polígonos de pobreza en nuestra ciudad por el IMPLAN. 

Nunca imaginé lo mucho que la infancia de San Juan de Abajo me sorprendería, y cuando trato de sentir con el corazón por qué digo lo que digo, lo primero que recuerdo es la manera tan entregada de jugar, de atender las pláticas que íbamos a compartir con ellos, y además, su muy particular forma de ser afectuosos, porque desde el primer día de conocerles ya eras “su mejor amigo”, y se te entregaba todo lo que su corazón era capaz de dar: Desde uno de sus juguetes, hasta la primera o última “papita” o “fritura” de su bolsita por su compra de la tarde en la tiendita. 

Jamás imaginé que esas misiones, harían honor al slogan con el que eran promocionadas, pues sí, “Hice el viaje de mi vida”…

“Ricardo, eres el nuevo director”…

De marzo 2013, llegamos a agosto del mismo año, y había una nueva puerta, abriéndose como si hubiera una equivocación: ¿Podría un chico de 22 años tener la madurez suficiente para ser director escolar? ¿Podría tener el suficiente conocimiento y la suficiente formación?…

Permítanme decirles… Al final esa era una pregunta que el mundo entero podría haberse hecho, pero el cuestionamiento más crucial era el que pudiera haberme hecho a mí mismo, y nunca llegó. Parafraseando a Winston Churchill en una de sus memorias respecto al comienzo de la ll Guerra Mundial: “Era como si hubiese sentido que toda mi vida me había preparado hasta ese momento para ello”.

Con el respeto y el amor que le tengo a mi historia familiar, así como a mis padres, puedo decirles que sabía lo que era disfunción familiar, y sabía además de una mamá haciendo fila afuera de la Dirección General de mi Colegio para que se me permitiera una prórroga de pago para presentar los exámenes, y no precisamente porque mi papá tuviera dificultad para cubrir esa responsabilidad, sino por lo que al inicio de este párrafo mencioné… Hay dinámicas familiares que manifiestan sus complicaciones de muchas maneras. Sabía en carne propia lo que era asistir a la escuela preocupado por lo que sucedía en casa, y bueno, no es que San Juan de Abajo estuviera ajeno a esas circunstancias…

Siempre fui un estudiante que representaba a su colegio en la primaria y en la secundaria en diferentes concursos académicos. Mi forma de hablar nunca pasó desapercibida para las maestras y maestros de mi colegio, ni para las religiosas directivos que me ubicaban bien. Desde los 9 años leía el periódico, siendo los temas sociales y políticos los que más me apasionaban, y bien comprendía sin importar la edad pues preguntaba a mi abuelito Pepe lo que no entendía cuando así era.

Me apodaban a veces mis amigos “el general”, pues siempre decía qué hacer y cómo jugar a lo que tuviéramos que jugar, y si de jugar “al ejército” se trataba, ya imaginarán quien dirigía a “las fuerzas armadas”. A los 16 años, en uno de mis trabajos de adolescencia en un boliche de la zona norte de la ciudad, de inmediato me ascendieron a capitán de meseros a la semana de haber entrado, dejando a mi cargo a personas que iban de los 26 e incluso hasta los 40 años, y algunos y algunas de ellas, teniendo ya dos años laborando ahí.

Para ese entonces (2013) siendo un futuro psicólogo, tenía ya experiencia como orientador de casos de niños y niñas hijos de matrimonios en situación de separación o divorcio. Además, de 5 años como facilitador de talleres para padres de familia y para estudiantes de nivel secundaria en diversos temas, esto propio del curso mismo de mi carrera universitaria, pero también del trabajo que con una tía desarrollaba en su consultoría en diversos temas de desarrollo humano contratada por diversas organizaciones. Además, había sido ya locutor de radio, “echado al ruedo” a entrevistas diversas personalidades al aire en un programa de “W Radio León” con Lizette Martell en 2012. 

Como fuera no lo dudé nunca… Dije que sí, y me aferré con todas mis fuerzas a esa oportunidad que la Dios, la vida, y humanamente hablando, el Padre Patrick O’Connell me daban. Fue un viernes 31 de agosto, que estando en Zapopan, Jalisco, se me confirmó que sería el director general de “Escuela para el Futuro” a partir del lunes 3 de septiembre, siendo aún el inicio del ciclo 2013- 2014.

Dentro de lo que pude decir, hay algo que no he compartido: Mi mayor secreto era mi patriotismo. Soñaba profundamente con una educación que desempeñada con México en el corazón, lograría hacer cambios en donde más nos duele, las zonas alejadas y marginadas, donde las personas comparten el gentilicio que nuestras ciudades nos dan, más no las oportunidades ni las circunstancias. Ese era mi secreto, el impacto que mi corazón guardaba de ese marzo en que sentí enojo conmigo y con la sociedad… ¡No era posible que hasta mis 22 años conociera que así se vivía en León! Casas sin agua y sin drenaje, pero con niños felices… Posiblemente, y con respeto lo digo, con más genuina alegría que los de muchas colonias del norte de la ciudad que berrean cuando no tienen acceso a sus video juegos y pareciera que la vida les termina…

Me encontré con la periferia…

Era el año en que el Papa Francisco había sido elegido, y me retumbaba con mucho sentido su insistencia en los sectores más vulnerables. Coincidencia o destino, me motivaba a insistir en “unir las puntas de un mismo lazo…” como dice la canción “Yo vengo a ofrecer mi Corazón” de Fito Paez e interpretada por Eugenia León. Unir las puntas de un mismo lazo, significó siempre para mí el buscar por todos los medios, que la calidad educativa de la institución erradicara la desigualdad que las familias de mis estudiantes vivían, pero que justo por ella, habría de transformarse su futuro.

Quiero decirles que en “Escuela para el Futuro” mis ojos y mis oídos lo vieron todo, mi equipo y un servidor nos enfrentamos a todos los riesgos psicosociales habidos y por haber –unos más latentes que otros por supuesto- pero aunque en algún momento estos gritaban tanto que asustaban, jamás ninguno logró que nos derrotáramos. Con la frente en alto puedo decir que enfrentamos el tráfico y el consumo y el tráfico de drogas con preparación, estrategia, valentía y con coraje. Con satisfacción puedo decir que siempre lo dimos todo en la prevención de la deserción escolar, de la violencia en todos sus tipos, y así mismo, como ya lo dije, en todos y cada uno de los riesgos que tristemente las y los mexicanos en gran medida ignoran que existen, al menos técnicamente.

En mi memoria estarán siempre -como elixir para enfrentarme a las adversidades- las imágenes grabadas de esas madres, niñas, y niños sorteando el camino como mejor podían, para burlar al fango, y a los interminables charcos con lodo que en tiempo de lluvia amenazaban la llegada al colegio. Y lo mejor de todo, es que llegaban limpios, y si caían… ¡Se levantaban! A veces y siendo honestos, los niños, siendo niños, lo hacían más que por ellos, por sus mamás que conociendo bien dirían “Te me paras que llegamos tarde a la escuela, la mancha ahí estará, pero el conocimiento no si a la escuela no vas… No pasa nada, arriba…”

Arriba queridas mamás, arriba siempre. Tengan fe y nunca pierdan la firmeza, el sueño de un futuro distinto para sus hijas e hijos, está a ciclos escolares de distancia… Lo cual de festival en festival, hace que se nos vaya rápido. No se rindan nunca, sigan con esa convicción que tanto trabajamos y trabajamos, sin estudio no hay cambio ni rompimiento de patrones. No se trata, como muchas veces las maestras y los maestros les explicamos, de que se piense que el estudio nos hace mejores personas… ¡No! Ese valor ya está en nosotros por el simple hecho de haber nacido, se trata más bien de aceptar que el estudio potencia y desarrolla a nuestras personas como derecho universal y como amplia y segura posibilidad de cortar con patrones que muchas veces han condenado a nuestra sociedad mexicana a la dificultad y por qué no decirlo… ¡A la pobreza!

Por sobre todas las cosas, fuertes, fuertes siempre, y nunca cedan a la dificultad que trae la tentación de tirar la toalla.

Me voy sabiendo que al llegar había una “escuelita” que llegaba hasta 4° de primaria. Hoy, gracias al trabajo de todas y todos, no sólo llega hasta preparatoria, sino que es una Institución Educativa formal y grande, con verdadero sustento y sistema pedagógico, y referencia estatal para escuelas en comunidades vulnerables. Logramos todo lo que soñamos: No terminaría de enumerar todos los sueños cumplidos, pero en deporte, cultura, nivel académico, idiomas, infraestructura, personal calificado, eventos escolares y demás, hicimos que la gente externara el famoso “¿Cómo es que en San Juan de Abajo tienen esta escuela?”

Ahora podemos decir… ¿Y cómo es que en otros lugares no las hay? Pero no bajo un tono de soberbia, sino bajo un ánimo de reconocimiento a nuestro esfuerzo…

Así que mamás, papás, a quienes se han acercado y me han dicho “Director… ¿Pero qué va a pasar con la escuela?”, la respuesta ha sido “¿En Serio preguntan por eso? ¡Ustedes me enseñaron que todo es posible!”. La escuela se queda en excelentes manos, pero ustedes seguirán siendo excelentes personas, dueñas justo de las manos más importantes de todas, las de los padres y madres de familia heroínas que apoyan a un colegio para engrandecerlo por amor a sus hijos e hijas, y que por ello toda una comunidad seguirá siendo contagiada de nuestra causa. 

Chamacas, chamacos… Cuenten a sus papás que “el director” en cada proyecto planteado de Participación Social les respondía sus preguntas -después de haber explicado- “Niñas, niños, ya les dije… ¿Cómo le van a hacer? ¡Ese no es mi problema!”. Y siempre, siempre, terminaron pudiendo.

Había, y como lo sigue habiendo siempre que diga eso, un objetivo importante: Demostrarles que bastaba con el “empujón” y planteamiento inicial, lo que viniera después sería fruto de su esfuerzo, intelecto, trabajo, creatividad, unión y talentos… Esas gradas naranjas de la cancha de futbol, quedarán siempre en el colegio como una evidencia perfecta de los que “unos niños pueden hacer” cuando se les deja ser… Y cuando sus papás y mamás se unen para apoyarles.

Así que… ¿Cómo le van a hacer? ¡Ese no es mi problema!…  ¡Es mi tema de vida y el de muchos otros! Colaborar con la pesca, no con otorgar la solución completa. Nadie puede decir algo así… No tenga miedo y quédense sabiendo que su espíritu humano, fuerte y sabio, sabrá continuar el trabajo comunitario que todas y todos logramos. 

Les amo siempre, y seguiré colaborando no sólo con la escuela, sino con la comunidad. Les llevo conmigo en todas mis luchas. Apoyen a las maestras y maestros y a nuestro nuevo director José Guzmán. “Educar para Transformar” seguirá siendo fuerte en ustedes.

“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú. Sé tú el que aparta la piedra del camino”

Gabriela Mistral

Ricardo García
Ricardo García
Joven entusiasta, Político con causa. Psicólogo de formación, trabajador de la educación por convicción. Formador de Directivos Escolares. Columnista, Capacitador y Conferencista. Secretario Estatal de Asuntos de la Juventud del Partido Verde Guanajuato. Director de TRANSFORMA Consultoría.

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