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jueves, abril 18, 2024

Cómo no hablar de la violencia

Este es un cuestionamiento que nos hacemos no sólo muchos de los mexicanos, sino también lo están haciendo muchas otras personas en el mundo, no podemos cerrar los ojos y continuar viviendo considerando que no pasa nada cuando la realidad es que no hay día que dejen de presentarse homicidios por aquí y por allá.

Los seres humanos como especie, poseemos una estructura biológica que nos ha permitido existir y adaptarnos a las más diversas condiciones y adversidades y muchas veces esto ha sido posible gracias al pulso vital que nos estimula a actuar y movernos a una velocidad que no sospechamos tener, como cuando hay un fuerte temblor y salimos a toda celeridad –aunque la recomendación sea: no correr. Ese instinto que llamamos de supervivencia nos puede instar a quedarnos completamente quietos para no ser vistos en medio de una balacera, es el que nos posibilita en un momento determinado a reaccionar y ser capaces de responder con gran fuerza para evitar que se nos haga daño, actuando con toda determinación para impedir que alguien lastime a nuestros hijos, al igual que lo haría una leona para proteger a sus cachorros.

Es claro que la violencia también puede expresarse de manera inmediata por la simple inconsciencia del momento y la falta de tolerancia, como en el instante en que un niño pequeño que camina al lado de su madre de la que le ha soltado la mano, se tropieza y cae al suelo, entonces la mujer sin darse cuenta, siente que la sangre le hierve y su enojo es inmediato. Si, enojo porque ya va tensa y cansada y le había advertido a su hijo decenas de veces que no jugara y se mantuviera a su lado y no se soltará de su mano; entonces reacciona dándole un manazo y le grita: “tonto, te estoy diciendo que tengas cuidado”, en ese momento el niño tiene un par de problemas: el raspón en la rodilla y el dolor en su corazón por el enojo de su madre. El primero se le quitará del todo en unas horas, el segundo seguramente lo perseguirá durante décadas; la madre a su vez tiene su propio par de problemas: asistir a su hijo ante el golpe que se dio y quitarse la culpa por la reacción que tuvo, el primero lo resuelve con un “sana, sana” y una curita, el segundo le quitará el sueño.

No por llorar, mentar madres y hablar acerca de la violencia, la violencia dejará de manifestarse en nuestras vidas y en la sociedad, sin embargo, el poder de la expresión de la emoción de dolor, tristeza y miedo, al ser manifestada nos introduce en el camino de la cura, esto sin importar si las causas de esta emoción son ocasionadas por un motivo físico o moral, invariablemente la expresión de lo que nos duele aligerará la sensación y ayudará en la comprensión de lo que nos sucedió.

Me referiré a una situación que viví, esto pasó en un momento de mi adolescencia:  acompañé a un amigo muy querido a su cita con el quiropráctico, ustedes saben, la labor de ese médico es ajustar los huesos que ante una lesión o contractura muscular han afectado alguna parte del cuerpo; mi amigo se encontraba lastimado de la articulación en uno de sus codos lo que le impedía estirar completamente el brazo, el procedimiento se desarrolló así: el médico tomó el antebrazo de mi amigo con una de sus manos y con los dedos de su otra mano comenzó a explorar la articulación del codo lesionado, cuando sin decir ni agua va, le estiró con fuerza el brazo, la reacción de mi amigo ante ese movimiento fue ponerse inmediatamente pálido así como las nubes que contrastan con el azul del cielo y se desmayó. Después de unos segundos en los que el médico – ¡hijo de su qué barbaridad!-  lo reanimó y mi amigo pudo sentirse mejor, le comentó: “te desmayaste porque ante el dolor te contuviste y no gritaste, de hecho, los hombres se desmayan más que las mujeres porque se aguantan ante el dolor, en cambio las mujeres sí lo expresan”.

Es claro que en nuestro aprendizaje machista, a los hombres nos ha forzado a guardarnos lo que sentimos, gritar por dolor es de mujeres, un hombre se aguanta y no llora: esta locura nos lleva a la negación y la insensibilidad, no sólo ante lo que sentimos sino también ante lo que sienten los demás y facilita que la violencia y la agresión sean reproducidas en nuestras vidas ya que hay que ser fuertes, aguantarse y seguir, que la revancha y la venganza serán  mías.

Es importante que no perdamos de vista una evidencia que en otros momentos ya ha sido tratada en esta columna y que es accesible de constatar en muchos de los momentos de nuestra vida: el llamado “trauma psicológico” no se genera por el impacto doloroso que sufrimos en sí mismo, sino por la imposibilidad de expresarlo y hablarlo, es decir, sacarlo para que no nos consuma por dentro. Cuando expreso lo que siento me hago un aliado de mí mismo, de lo que siento y soy, todos nosotros somos seres vulnerables y a la vez suficientemente fuertes como para trascender todo lo que cada uno sabe que ha vivido.

Claro, uno no se va a echar a llorar en medio de una situación en donde sabemos que no podemos ser entendidos ni valorados, no vamos a exponer nuestro corazón a que lo puedan acuchillar, así como tampoco vamos a manifestar el amor que le tenemos a alguien enfrente de otras personas que seguro malinterpretarían nuestras palabras, pero por salud, encontremos nuestras aliadas y aliados para poder expresar lo que sentimos, escuchar y ser escuchados.

Ricardo Solórzano Zínser
Ricardo Solórzano Zínser
Psicólogo egresado de la Universidad Autónoma Metropolitana, con estudios de Maestría en Psicoterapia Gestalt en el Instituto de Terapia Gestalt Región Occidente. Se dedica a la atención psicoterapeutica, es facilitador de proceso de desarrollo humano en instituciones gubernamentales, no gubernamentales y docente en el Departamento de Educación de la Universidad de Guanajuato impartiendo en la Maestría en Desarrollo Docente, y en el Departamento de Matemáticas de esta misma institución.

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