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miércoles, abril 24, 2024

Complejidad, flecha del tiempo y teoría del caos en la UG

Por: Javier Corona Fernández

 

A la memoria de Robert May

Corría el año de 1952 cuando la Universidad de Guanajuato —según establece la línea del tiempo en su historia oficial—, dio un salto cualitativo al crear una serie de programas académicos a la par de una ambiciosa propuesta de divulgación del conocimiento y extensión de la cultura que, hasta hace poco tiempo, era motivo de orgullo e identidad. Cuando tres años después se inauguró su emblemático edificio, aquella fecha se hizo memorable e incluso uno de sus muros exhibe una placa con la que quiso preservarse para la posteridad ese hito en su acaecer como institución. Así, de acuerdo con sus promotores, tal decisión tendría repercusiones para toda la sociedad guanajuatense, hasta representar, al cabo del tiempo, el “proyecto educativo y cultural más importante del estado de Guanajuato”. En este sentido, hoy resulta doblemente importante recordar que aquellos proyectos fueron presentados en el marco inaugural de sus no menos simbólicas escalinatas, en una ceremonia que tuvo lugar justamente el 16 de febrero de 1952, presidida por personalidades como Manuel Doblado, Ponciano Aguilar, Alfredo Dugès y Julio García. El impulso de su iniciativa se tradujo en la fundación de las escuelas de Música, Artes Plásticas, Arte Dramático, Filosofía y Letras y, como corolario a este emprendimiento, también fue creada la Orquesta Sinfónica.

Pero a 68 años de esa huella en el devenir de la universidad, las actuales autoridades unipersonales y colegiadas, lo mismo que el grupo de intelectuales que decide el derrotero de la institución, han decidido contraponer a tal propuesta de educación universitaria de los años cincuenta del siglo XX, una forma de pensar que tuvo vigencia en el lejano siglo XVII, cuando el reduccionismo y el principio de simplicidad se erigieron como el canon de un pensamiento cuantitativo capaz de aminorar el dinamismo del mundo circundante para poderlo manejar. La lógica es impecable: si reduces las variables puedes dominar ese sector de realidad a tu alcance. Empero, al recorrer la línea del tiempo en la historia de la UG, no deja de ser un hecho irónico el que una figura como Edgar Morin haya recibido de la Universidad de Guanajuato en el año 2012, la distinción como Doctor Honoris Causa. El contraste salta a la vista, pues Morin es reconocido por proponer un emplazamiento teórico estructurado en constelaciones y no tan sólo en razonamientos lineales; Morin sostiene una posición discursiva denominada pensamiento complejo, que desde sus primeros trazos se erige como una sólida alternativa para contrarrestar el impulso reduccionista de las mentes conservadoras que hoy pululan en el campo de la educación por todo el planeta. Dicha perspectiva de complejidad representa una de las vías más propicias para leer la prosa del mundo que en el siglo XXI se está escribiendo, caracterizada por el despliegue multiforme de la investigación en campos tan diversos como las ciencias naturales, los sistemas tecnológicos, las humanidades, las ciencias sociales, la medicina y el arte, entre otros campos y disciplinas vitales para los seres humanos.

Sin embargo, cabe aclarar que la complejidad no es un objeto de estudio de reciente creación, sino un horizonte de realidad que reviste múltiples causalidades, manifestaciones y desenlaces que no responden ya a los esquemas analíticos y puramente cuantitativos de la teoría tradicional. Las prácticas emergentes en el conocimiento y, por lo tanto, en la educación superior, en la cultura, en el orden social y en la configuración del poder, dan cuenta de las transformaciones que suceden minuto a minuto en la sociedad actual; cambios de fondo que penetran en la multiplicidad de formas de vida, en sus respectivos juegos de lenguaje y prácticas discursivas inéditas. En esta plétora de fenómenos a estudiar, es pertinente saber que la complejidad en modo alguno se solaza con el orden y la quietud; por el contrario, el caos aparece como un horizonte de realidad y de explicación que resulta tan determinante como la constelación dinámica de un campo de fuerzas. En Las leyes del caos, Ilya Prigogine explica cómo el caos obliga a introducir en la ley de la naturaleza los conceptos de probabilidad e irreversibilidad, rompiendo con la perspectiva clásica en la que la ley está asociada a una descripción determinista y reversible en el tiempo.

En esta línea de exposición es obligado aludir a un científico como Robert May, quien apenas hace unos días falleció a los 84 años y que dejó un trabajo muy importante en las ciencias naturales, en las políticas públicas, la economía y la epidemiología, campo este último que en nuestros días se revela con una importancia que apenas hace unos meses ni siquiera se advertía. En efecto, Robert May forma parte del pensamiento complejo que hoy se revela más presente que nunca, pues la manera en que se estudia la pandemia de covid-19, sigue una pauta marcada por él en sus investigaciones epidemiológicas. Entre las principales contribuciones que hizo en el ámbito teórico, está justamente la teoría del caos, la cual enuncia el siguiente principio: a medida que los sistemas se vuelven más complejos, tienden a volverse más inestables y caóticos. Según sus planteamientos, un sistema puede colapsar y precipitarse al caos, como se demuestra en los fenómenos que estudia la ciencia física, en la evolución que siguen las poblaciones de seres vivos y, de igual modo, en los mecanismos financieros e institucionales.

Pero, ¿por qué este tema resulta en la actualidad digno de atención? La respuesta es inmediata: porque el reduccionismo de la sociedad a criterios de productividad condujo al colapso ecológico. La actual pandemia (que obligó a parar numerosos cuartos de máquinas de producción industrial en todo el mundo) ha puesto ante nuestros ojos el caos ambiental como desenlace inexorable en la Tierra, fenómeno que podría ser ya irreversible. Pese a todo, May también pensaba que, en la medida en que la razón y el conocimiento tuvieran un resquicio en nuestra sociedad, podría elaborarse una cartografía que nos permitiera navegar con buena estrella en el mar agitado de una tormenta, mas siempre a condición de no escatimar la importancia que tienen la creatividad, la reflexión y el pensamiento crítico, para la sociedad contemporánea y su compleja racionalidad. No obstante, hoy la Universidad de Guanajuato trata de disuadir a los jóvenes y luego convencerlos para que no estudien filosofía ni música, ya que la apertura de sus programas está en entredicho. En este momento que se han evidenciado los estragos de la industria, la Universidad de Guanajuato prefiere no darles continuidad a programas de ciencias sociales, ni de ingeniería ambiental, tampoco de energías renovables ni de geografía, además de otras licenciaturas porque no son negocio y la casa tiene sus prioridades. Bajo ese criterio, también mantiene a los músicos de la orquesta sinfónica con sueldos deplorables que los han llevado a realizar sus conciertos y presentaciones bajo el brillante listón de la protesta, una protesta que ha sido digna de aplausos en medio del abandono en el que están.

Si Robert May consideró que la teoría del caos es igualmente aplicable a la vida de las instituciones —entre ellas desde luego las educativas—, puede adelantarse la probabilidad de que se irán trastornando cada vez más en la medida en que sigan literalmente las políticas educativas dictadas por la OCDE, que representa un pensamiento lineal basado exclusivamente en el lucro. En la prospectiva de esta política educativa, la filosofía no produce rendimientos mercantiles, por lo tanto no puede considerarse un buen negocio. En consecuencia, para la actual administración de la UG, la filosofía resulta prescindible, pero sería mucho más lamentable que la universidad se siguiera hundiendo sin que nadie le avisara del caos en que se encuentra.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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