El 29 de marzo de 1936, domingo de Pasión, en San Felipe torres mochas, Guanajuato, tiradores anónimos abrieron fuego contra la plaza principal desde la azotea de alguna casona próxima. Era la salida de misa de once. Hubo al menos 18 muertos.
En el quiosco, los maestros comunicaban a los padres de familia el propósito de la educación socialista y las misiones culturales: se trataba de una asamblea pública convocada luego de que, el jueves, la escuela federal fuera tiroteada, tras semanas de instigación clerical.
Eran los años de formación del sinarquismo. Acción Católica había intentado disuadir a la gente de atender a la convocatoria.
El presidente Cárdenas, que estaba en Querétaro, llegó el lunes.
Respetuosamente destocado –asienta el cronista municipal– pronunció un discurso desde el altar mayor de la parroquia. Dijo: “[…] estos lugares, los templos, se han erigido para decir la verdad, en contraste con la obra de mentira y de engaño y de provocación que ayer partió de aquí mismo.”
Quizá tenía claro que una ley del silencio, más potente y multifacética que la Omertà, amparaba a los tiradores a grado tal que hacía imposible identificarlos sin criminalizar a medio pueblo. Así que, tras denunciar el connubio de cierta oligarquía local y el clero, administró el único remedio a mano:
[…] ya que excitaron a las multitudes, provocando el choque sangriento de ayer, exhorto aquí públicamente a estos señores sacerdotes a que abandonen la población en el término de veinticuatro horas.
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Unos ciento sesenta kilómetros al sur, Victoria de Cortazar está bajo la advocación de Rita, santa medieval cuya ascesis comenzó con un matrimonio atroz soportado en silencio. Su parroquia fue erigida en 1941 –durante el apogeo de la Unión Nacional Sinarquista–, mediante fáyna, faenas gratuitas de adultos y niños –un constructor dejó la obra la tarde en que su capataz agustino le largó un chicotazo–.
Frente al atrio se yergue una casa grande y maciza en cuyo patio, hará unos cincuenta años, R. fue asesinada a tiros por F., su marido.
Unir mediante rectas imaginarias esa casa con otras dos, deshabitadas, resultaría en un triángulo escaleno cuyo lado mayor no excedería los setecientos metros. La casa de doña C., de adobe, sin ventanas, tiene puerta de madera de mezquite y un gran candado. Tras la reja de la casa del señor L., todos los años prospera un limonero.
El asesinato de C. ocurrió hace buenos treinta años; el de L. data de los 90. Uno era comerciante; la otra, yerbera. Ambos vivían solos.
Se ignora quién apuñaló a L. y por qué. Los verdugos de C. son conocidos y se sabe que la machetearon porque la vieja bruja les hizo un trabajo.
El asesino de L. se sabía amparado por la displicencia de los vecinos, la autoridad, ciertos diarios; como es sabido, la expresión decimonónica crimen pasional se traduce como los jotos son histéricos y se matan entre sí: no vale la pena hacer mayor pesquisa.
Los ejecutores de C. no se cobijaron en la superstición, sino en la circunstancia: la víctima era soltera. El narrador de los hechos no invocará a la brujería para justificarlos, antes bien adoptará un gesto afligido, pero deslizará una acotación: no había quién respondiera por C. La gente y la policía también están de acuerdo en eso.
Esta urdimbre de sobrentendidos es la ley del silencio que hace de cada ciudad, de cada pueblo y ranchería el patio de tierra donde Las muertas yacen sepultadas.
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El orden secular será legítimo mientras se subordine a otro, eterno.
La eternidad no yerra. Verbigracia, provee a las mujeres de cuanto por naturaleza necesitan. Otorgarles derechos específicos es un despropósito chilango, como lo es pretender que la ley proteja a una mujer de su marido; el matrimonio es un sacramento, no incumbe a la autoridad civil. El acoso es instigado por mujeres que no se dan a respetar. Amparar a la comunidad LGBTTTI o permitir el aborto es obrar contra natura.
Quien desacata lo hace bajo su riesgo. El costo menor es el descrédito. Le sigue la privación de oportunidades. Luego, la condición de chivo expiatorio. Después, la violencia.
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Nueve días después de que Lucero fuera atacada, el sábado 21 de septiembre de 2013, en un hecho inaudito –histórico–, pequeñas marchas paralelas en León, Irapuato, San Miguel de Allende, Guanajuato y Acámbaro exigieron una declaratoria estatal de alerta de género por los 58 asesinatos de mujeres registrados desde enero. El 22, el obispo de Celaya, Benjamín Castillo Plascencia
aseveró que en ocasiones los homicidios de mujeres se tratan de venganzas pues, según dijo, están cada vez más inmiscuidas en actividades ilícitas.
“No creo que sea cosa de género. Son homicidios que se deben de investigar las causas y no se debe de hacer más escándalo en este sentido, es duro decirlo pero son crímenes normales, circunstanciales”, dijo.
Ese día, en León, Laura Patricia Vázquez Aguilar fue estrangulada por su marido.
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El esposo […] agredía y humillaba a Santa Rita; sin embargo, ella soportó el genio feroz de este hombre con la más exquisita paciencia […] sin recurrir a autoridades civiles para pedir sanciones […]
[Vínculo: aciprensa.com]
NOTAS
1. Para una narración amplia de los hechos de 1936, ver “El zafarrancho. Un domingo de pasión”, en José Aguirre Bárcenas y José Hernández Salazar, San Felipe. Crisol de la independencia, Comisión Estatal del Bicentenario, col. Monografías Municipales, Guanajuato, 2010, págs. 116-123.
[PDF en http://portalsocial.guanajuato.gob.mx/ ]
2. Lázaro Cárdenas, “Palabras en el interior del templo católico de Ciudad González [San Felipe], Gto.”, en Enrique Arreguín Vélez (comp.), Palabras y documentos públicos de Lázaro Cárdenas, Siglo XXI Editores, Ciudad de México, 1978.
[vínculo: memoriapoliticademexico.org/]