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jueves, abril 25, 2024

Alguien espera por nosotros

A ustedes, deseando su ánimo sea renovado para volver a iniciar o bien para elegir nuevos caminos.

Apenas el pasado mes de julio el Sistema Estatal DIF anunciaba que se haría cargo de las niñas, niños y adolescentes albergados en la Ciudad de los Niños, ubicado desde hace más de cuatro décadas en el municipio de Salamanca, Gto. y dirigida por el sacerdote Pedro Gutiérrez Farías.  La tardía intervención no tiene nada de diligente ni plausible. Así lo revelaría la sentencia de juicio de amparo 475/2016-VIII emitida por la Juez novena de distrito donde se contienen hechos que acreditan violencia, violaciones,  abusos de todo tipo  y ocultamiento de menores, el señalado entre otros, es el sacerdote, quien por cierto hasta el día de hoy,  goza de cuestionable e infame protección.

A los señalamientos, todos indignantes, se sumarían el que este lugar operó desde hace muchos años sin una serie de medidas de seguridad, de higiene y  de protocolos mínimos que atendieran al cuidado integral de los menores ahí resguardados. Hoy incluso, a la luz de las denuncias por parte de familiares y de sociedad civil, se señalan casos de embarazos en niñas producto de violaciones, no se sabe de esos bebés, se dan cuenta de casos de trata,  entregas arbitrarias de menores sin que mediaran procesos legales de adopción y una larga lista de infamias. No hay registros de nada. Los únicos registros son de los miles de pesos de donativos que ingresaban mes a mes a este albergue por parte de instituciones públicas, privadas y actores políticos. La misma red que hoy está en silencio, operando protección.  Recursos sin que mediara ninguna regulación, en este caso, del DIF estatal y sus pares municipales.

En los primeros días de agosto, el gobierno estatal decidió cerrar el albergue. En un afán de reducir la dimensiones de las acusaciones, el gobernador señalaba en desatinada entrevista, “más de la mitad no son guanajuatenses (…) el trabajo se ha estado realizando (sobre intervención de DIF y tema de adopciones ilegales),  nosotros estamos tomando con seriedad las medidas cautelares (…) se estarán retornando (los menores y jóvenes)  a sus lugares, a sus comunidades, a sus familias (…)”.

Muchas preguntas quedaron en el aire y permanecen en medio de un proceso político y judicial para esclarecer hechos e imputar responsabilidades y sanciones sobre la indefendible  operación de este albergue.

El lugar cerrado. De los empleados nada se sabe. Del sacerdote como de mamá Rosa, hay defensores públicos de oficio, no así, en esas dimensiones,  para las víctimas.  Sobre el destino de estos niños, niñas  y jóvenes que presuntamente ya fueron “retornados”, una pregunta puntual de las muchas por hacer, ¿quién los espera, cuáles familias?.

Como en el año 2014, en el caso de los albergados por mamá Rosa, donde también el gobierno fue indolente, y los culpables protegidos,  los albergados fueron devueltos “a sus familias”. Sus  testimonios a distancia de tiempos,  adelantan posibles respuestas a los niños y niñas de Salamanca, “a nadie encontraron o por nadie fueron recibidos”. Por cierto, si bien este albergue estaba ubicado en Zamora, Michoacán, allá también había niños y niñas guanajuatenses.

Fue casi un mes el tiempo que esta denuncia estuvo en los principales medios de comunicación y generó la socialización del caso, a este tiempo se suman los años en lo que familiares buscaron acceder, sin éxito,  a la justicia para recuperar a sus hijos e hijas que les fueron de distintas formas arrebatados.  A unas semanas del cierre del albergue, para muchos, en tanto no sea atraído el asunto por la PGR u ocurra algo más, este escandaloso suceso pasará a la ignominiosa memoria colectiva.

No generalizo. Estoy segura que no para todos está escrito el olvido de “un asunto de violaciones más”. No para ellos, por ejemplo, para quienes los hechos les representan un cúmulo de indignantes interrogantes y reclamos.  Hablo de una pareja que como muchas en Guanajuato han ingresado a procesos institucionales para adoptar un hijo o hija, o ambos. Y a quienes el DIF en nombre “de la ley y bien superior del menor”,  les ha  negado, o bien retrasado el trámite hasta límites de indolencia. Como si se tratara de (des) invitarlos al desolado desánimo. Al tiempo acentuar la  desacreditación de la adopción. En esta etapa, justo, se encuentran esta familia al momento de nuestra entrevista.

“La primera vez que hablamos de la idea de adoptar éramos novios y nos movía mucho la idea de formar una familia con hijos biológicos y adoptivos. Era pensar ‘hay tantos niños en el mundo sin familia, y nosotros tenemos tanto amor para dar’, creíamos que podíamos compartirlo, entonces yo tenía 19, él 22 años”. Al hablarme no deja de mover sus manos y  su mirada regresa a los años en los que creía que sería sencillo, o bien posible acceder a este propósito.   En la mesa, nos acompaña su esposo, quien  respalda cada palabra que ella dice, la sigue con su mirada en cada una de sus palabras, cuando hablan de su etapa de noviazgo, él sonríe.  Se respira en el ambiente infinita complicidad, es una historia de ambos.

Curioso resulta identificar en sus recuerdos que la primera vez que en sus vidas escucharon hablar de adopción, era a propósito de una amiga de ambos, quien les compartió la idea de abortar. Otro gran tema tampoco debatido en Guanajuato, como tampoco lo es el proceso de adopción  para evitarlo, por ejemplo.

”Éramos unos chavos y al escucharla nuestro primer impulso fue decirle, ¿cómo crees? ¡no lo hagas!, tenlo y dánoslo. Vamos los cuatro (su pareja y nosotros), los acompañamos, nadie sabrá nada. Nosotros lo adoptamos. Era una locura, nos pareció sencillo, pero desde ese día, porque al final abortó,  lo pensamos con más fuerza y claridad”.

Mientras duró su noviazgo, ambos me platican que como una alternativa para seguir alimentando la idea de formar familia con niños que no la tuvieran, se hicieron voluntarios y donatarios en albergues infantiles. A los niños “de la calle” ocasionalmente les entregaban ropa, dulces, útiles escolares, etc. La idea era firme “nuestra familia será adoptiva y biológica, porque también teníamos el deseo de vivir el embarazo”.

El proyecto era de ellos y hubiera sido mejor así mantenerlo, compartirlo era enfrentarse  a la escucha de una serie de desatinados, ridículos, ignorantes y estigmatizantes comentarios, “los genes tienen maldad, no puedes querer igual a los propios que a los adoptivos, tienen historias de terror, violaciones, matan a sus padres adoptivos, etc”. Amigos cercanos que los escuchaban hablar de su proyecto optaban por no tomarlos en serio, otra forma de evasión tan socialmente permeada. Nunca intentaron convencer a nadie, era ya una decisión tomada.

Después de siete años de noviazgo la pareja decide casarse. Deciden intentar el embarazo, tres años después llegó quien será su primera hija, con ella una serie de cambios. Un feliz y disfrutado embarazo “era el paso siguiente, pero también esos momentos pensaba en todas la madres que por diversos motivos no disfrutaran igual su embarazo, ¿qué sería para una madre que no siente esta felicidad y que por alguna causa no desea a su hijo?, me abrumaba el rechazo y el maltrato que ese bebé pudiera estar sintiendo y que al nacer no cambiaría”.

“Nuestra niña hermosa y perfecta, pero algo no estaba bien”, su papá repite con tono enamorado,  perfecta. A partir de los tres años, edad donde los síntomas se hicieron más evidentes comenzó una búsqueda de alternativas, llegaron las respuestas. A los cinco años de edad de su hija con precisión, luego de una serie de pruebas, le sería diagnosticado un tipo de autismo. Durante eso primeros cinco, el tema de la adopción “lo retiramos de la mesa, primero debíamos entender que pasaba con ella, con nosotros respecto a ella. Pero nunca dejamos de pensarlo”.

Ambos coinciden al señalar que tener el diagnóstico de su hija fue un respiro de tranquilidad. “Ya sabíamos lo que le ocurría, tenía nombre su padecimiento, pudimos informarnos, recuperar la calma como familia. Y entonces regresamos a la idea de la adopción, ahora con nuevos motivos, ¿Por qué si nosotros como padres ya tenemos nuevas herramientas para tratar el padecimiento de nuestra hija, por qué no buscar en adopción a niños o niñas que necesiten ser entendidos a partir de las incomprendidas diferencias? Decidimos buscar a ese niño a niña para darle,  darnos la oportunidad.”

Cuando su hija tenía siete años, la idea de adoptar volvió  para quedarse en sus conversaciones, hasta ahora. “Pedí informes en el DIF, señala ella, tardaron mucho en contestarme, casi seis meses. Lo hicieron a través de un correo, donde de forma escueta te indican cuáles son los requisitos”.

Seis meses que explican entre otras cosas algunos datos.  El año pasado, un diario estatal informaba como una noticia de apenas dos párrafos, “…el número de infantes entregados en adopción en Guanajuato decreció de manera paulatina en los últimos años, al pasar de 32 casos en 2010 a sólo nueve el año pasado, de acuerdo con cifras del Sistema DIF en el estado, obtenidas a través de la Unidad de Acceso a la Información…”. Estas cifras coinciden justo con los tiempos en que esta pareja y más de quince, que ubicamos en la conversación, estaban en proceso de acreditar idoneidad.

Durante ese tiempo de esperar información, ambos siguieron alimentando la idea, y  ahora lo hacían con su hija, a quien decidieron incluir en todo el proceso, incluyendo el de la espera inicial de seis meses para solo recibir una hoja adjunta a un correo con los trámites. Esperar a un hijo es un proceso, esperar a una hermana o hermano, es otro proceso. En ambos confluye la ilusión, la preocupación por el otro y la otra, así como  el diseño de sueños, tan legítimos como arbitrarios. Como hermana, inician los planes, ¿cómo serán los juegos ahora?, en tanto la hermana u hermano llegaban, optó por invitarla a sus juegos y pláticas imaginarias.

La idea de un nuevo embarazo no era alternativa, aunque siempre han podido hacerlo ambos tienen las condiciones. Concentrarían todos los esfuerzos familiares, incluyendo la parte emocional, pasando por los ajustes económicos, de espacios en el hogar, hasta temas vitales como  proyecto de vida personal y profesional. Ella optaría por un trabajo que le permitiera acreditar tener el tiempo de cuidado y crianza, postergaría estudios de postgrado y ajustarían las recamaras para asegurar privacidad al nuevo integrante, su espacio. Por su parte, él debía ajustar tiempos laborales, hacer lo propio con la profesión, acreditar su presencia y voluntad plena en este proceso de adopción por iniciar. Todos esos ajustes y acreditaciones, no eran necesarias entre ellos, no los indicaban “la lista de trámites”, lo hacían porque se sabían más que convencidos.

Se anticipaban así a los que se anunciaba un complejo proceso. Seis meses para solo enviar una lista, era un mensaje de una institución que poco hace para promover e incentivar la incorporación de menores institucionalizados a nuevas familias. Ahí están los datos que dan cuenta del contraste, número de niños y niñas institucionalizadas en posibilidad de ser adoptados versus pocos de adopción concluidos con la entrega de un menor.

Dos años después, su proceso ha sido en plural. Su cansancio, sus intermitentes duelos, emociones múltiples, hoy también los incluye a los tres. Dos años después hoy se encuentran, de nuevo,  en el punto de partida…

La próxima semana segunda y última parte….

Iovana Rocha
Iovana Rocha
Maestra en Política y Gestión Pública. ITESO- Universidad Iberoamericana, León. Docente. Universidad de Guanajuato. UNIVA. Universidad Iberoamericana, León. Activista por los Derechos de las Mujeres. Asesora.

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