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jueves, abril 25, 2024

No es el número #4321, es Alejandra García Andrade

Con mi infinita admiración para Norma, quien con su ejemplo impide que bajemos los brazos.

“Hoy es un día muy importante, finalmente logramos estar en una audiencia única en la Convención Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), sentar al Estado mexicano y volver a señalarle que no ha hecho absolutamente nada, que sus investigaciones han sido siempre en espera de unas llamadas anónimas, y en base a eso, actuar o en base a lo que nosotros como víctimas le proponíamos o exigíamos para que nos llevaran finalmente a alguna respuesta. En esta reunión el Estado acepta finalmente, que es culpable, reconoce su culpabilidad de que las actuaciones hayan sido lentas, que en las actuaciones haya habido tantos errores, ¡y lo reconoce a nivel internacional!

Es 9 de mayo de 2018, Norma Esther Andrade tiene apenas algunas horas de haber regresado a la Ciudad de México, recién se instala en casa, de la que ha debido ausentarse para acudir a Santo Domingo, y hablar en compañía de sus abogados Micheel Salas y David Peña, a nombre de su hija Lilia Alejandra García, quien fuera secuestrada y asesinada en el año 2001 a la edad de 17 años, en Ciudad Juárez.

El cansancio no solo del viaje, sino de 17 años exigiendo justicia en Juárez, en la Ciudad de México, en el resto país y ahora ante organismos internacionales, no fue impedimento para que esa noche Norma aceptara platicar conmigo y compartirme su nostálgico, doloroso, indignante y esperanzador resultado de una audiencia que había solicitado el 9 de abril de 2013 ante la CIDH, y que le fue admitida el 19 de marzo de 2012.

…La petición se presentó en contra de los Estados Unidos Mexicanos (en adelante “Estado” o “Estado mexicano” o “México”), por la falta de investigación en la desaparición y posterior muerte de Lilia Alejandra García, de diecisiete años de edad, ocurrida en Ciudad Juárez, Estado de Chihuahua, en febrero de 2001, alegadamente en un contexto de un patrón de violencia contra las mujeres.

Los peticionarios alegan que el Estado mexicano es responsable por la violación de los derechos consagrados en los artículos 4 (vida), 5 (integridad personal), 7 (libertad personal), 8 (garantías judiciales), 19 (derechos del niño), y 25 (protección judicial) de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (en adelante “Convención” o “Convención Americana”), en concordancia con la obligación general establecida en los artículos 1.1 y 2 de dicho instrumento y la violación del artículo 7 de la Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (en adelante “Convención de Belém do Pará), en perjuicio de la presunta víctima…
                                                                         (INFORME No. 59/12/ Petición 266-03)

Esa noche, al hablar con Norma me encontraba particularmente emocionada y conmovida, no podía dejar de admirar la fortaleza con la que emite cada palabra, con la destreza y claridad que articula la descripción del expediente que da cuenta del asesinato de su hija. Una mujer formada en áreas de educación, la Maestra Norma convertida a fuerza de los hechos, en una aguerrida defensora legal de su hija y de “otras hijas” asesinadas.

Escucharla y conocer su historia es entender por qué en reiteradas entrevistas ella se encarga de señalar que no se define como activista, “este país, el asesinato de mi hija y su impunidad me hicieron activista…Soy Norma Esther Andrade, madre de Lilia y exijo justicia para ella y mis nietos, sus hijos”.

Fundadora con Maricela Ortiz, quien se encuentra asilada en Estados Unidos, de la organización Nuestras Hijas de Regreso a Casa, define su camino como el cumplimiento de una promesa, “yo le prometí a Alejandra que lo iba hacer, el poder explicarles a sus hijos que a lo mejor a ella no la pude proteger debidamente, pero haré todo lo posible porque sus asesinos estén en la cárcel…Son 17 años de una lucha constante contra el tiempo, contra las instituciones, porque el delito ya prescribió de acuerdo a la media aritmética el año pasado, para mí era de suma importancia que la Comisión se pronunciara para que el delito no prescriba, y luego entonces, se obligue al Estado mexicano a presentar a los asesinos de mi hija, y cuando lo detengan no podrá defenderse con ese argumento…”

En compañía de sus nietos, hijos de Alejandra, hoy de 17 y 18 años respectivamente, Norma define la justicia como el derecho a conocer la verdad, saber lo que realmente sucedió, la detención de los asesinos de su hija, como un primer paso mínimo. Pero también agrega al concepto de justicia que ha ido construyendo desde su experiencia y con otras mujeres, la exigencia de la generación de políticas públicas para dar atención a los hijos e hijas de las mujeres asesinadas que quedan en orfandad sin alternativas de apoyo. En el caso de sus nietos, la atención médica, terapéutica, educación estuvo a cargo de ella. La solicitud de adopción de sus nietos le fue negada. Todo esto como parte de la ausencia de atención y de la invisibilización de los huérfanos como víctimas.

El derecho a la verdad que ha estado esperando por 17 años, “yo solo sé que mi hija salió de mi casa, fue a trabajar, al salir de su trabajo ella se pierde, y finalmente, cuando la encontramos esta violentada sexualmente y muerta, ¿qué paso durante los 7 días que la estuvimos buscando?, ¿por qué la tuvieron en cautiverio?, ¿por qué la autoridad lo permite?

Como si fuera ayer, Norma recuerda que antes del asesinato de Alejandra hubo 3 víctimas más, después de ella, una más. La autoridad indolente. Muchas, casi todas, las interrogantes en torno al asesinato de Alejandra siguen en espera de respuesta, Norma confía en la respuesta que dé en próximos días la Corte, una nueva esperanza puede abrir un nuevo capítulo, el de la justicia para hija.

Norma está consciente que, con el paso de los años, su incasable lucha, su presencia en las calles, en las movilizaciones, en los medios de comunicación nacionales e internacionales, e incluso las nominaciones y recibimientos de distintos reconocimientos han logrado que el nombre de su hija cimbre a través del tiempo las consciencias privadas, públicas e institucionales.   Lo seguirá haciendo, pero a la par, considera que no solo debe conocerse la historia de muerte de su hija, sino su historia de vida, la de un joven de 17 años.

“Mi hija estudiaba su Preparatoria, estaba trabajando para mantener a sus dos pequeños hijos. Ella tenía ilusiones, ella soñaba con ser periodista, le gustaba la poesía, la danza, la música”. Recordar la vida de Alejandra le produce a Norma sonrisas cortas, picaras y con infinita ternura, “…yo le decía mucho a mi hija que verla con sus hijos era como ver a una niña jugando con sus bebés, sus hijos…”

Joven determinada, madre a los 15 y 17 años respectivamente, asumió la tarea con responsabilidad, eligió los apellidos deberían llevar sus hijos, y por supuesto sus nombres, Jabé su primogénito, nombre que significa “piedra olmeca”, y Kaleb, cuyo significado es “primogénito” en maya. Con distancia de apenas dos años entre ambos, supo asumir la encomienda a pesar del enojo inicial de la joven abuela, quien “descubrió” el embarazo al observarla. Una vez pasado el enojo, la familia arroparía la decisión de ejercer una joven maternidad.

Sin autorización para casarse, Alejandra decide vivir con su pareja durante un año y medio. Luego regresaría a casa. Inicia a trabajar y regresar a la escuela. Reiniciaba proyecto de vida eligiendo únicamente como compañeros de vida a sus pequeños hijos, hasta el día que la mataron, tenía dos meses de haber regresado de su incapacidad de maternidad, sus hijos tenían entonces 1 año 8 meses y 5 meses.

Una joven mujer y apegada madre, era imposible pensar a las siguientes horas de su desaparición que ella pudo haberse ido. En su búsqueda, Norma, una mujer de entonces 40 años, encuentra y reconoce una ciudad Juárez hasta entonces desconocida para ella, otras madres de familia buscando a sus hijas, en hospitales, ministerio público, en las calles.

Era miércoles el día que Alejandra se perdió, hasta el viernes la autoridad les recibió la denuncia. En tanto, la familia elaboró volantes y comenzaron a repartir, buscar, preguntar. Pasaron, sin saberlo, varias veces por el lugar donde se encontraría el cuerpo de Alejandra, 300 metros del lugar donde ese día ella había cumplido con su jornada laboral habitual, la última. En ese mismo lugar días previos había habido violaciones de dos mujeres.

Volvería a ver a su hija cuando le entregue la autoridad, siete días después, una caja sellada, con la imposibilidad de verla, le refieren que Alejandra estaba muy golpeada “por eso no podían dejar que la viera”. Su hermano la reconoció. Habían pasado 24 horas de su muerte.

Los siguientes meses fueron de negación, ella llegaba a casa a esperar a una hija que ella aseguraba llegaría. Asumió el mismo día el cuidado de sus nietos. Siguió trabajando, aunque en sus jornadas frente a grupo irrumpiera en llantos que no podía controlar, dando atención a las actividades ordinarias una mujer con infinito dolor y poca consciencia de sí misma La autoridad no les ofreció ningún tipo de acompañamiento. Fue a través de la exigencia de justicia que, en sus palabras, “comenzamos a caminar…a los dos meses de asesinada mi hija a partir del hallazgo de dos jóvenes en la misma situación de mi hija…”. En ese momento inicia un camino. Donde lo primero que reconoce es que la autoridad no estaba haciendo su trabajo.

Inicia otra etapa de Norma, “…yo siempre he dicho que existen tres Normas, la que vivía en una burbuja de cristal, color rosa, que era maestra de primaria, que trabajaba con sus alumnos a través de castigos y premios, idas al cine, jornadas deportivas. Otra Norma nace con el asesinato de Alejandra, la que pide justicia para su hija, para otras hijas, la que acompaña a otras madres de familia, más de 30 en ciudad Juárez, en Tlaxcala hacen rastreos, en ciudad de México otras tantas más…las hemos encontrado vivas, a otras muertas, a otras lastimadas, en otros casos, solo restos…Y la tercera Norma, la feminista, la que ha reconocido la libertad, la defensa de los derechos humanos, y que ha nacido a partir de los dos atentados que he vivido por mi exigencia de justicia, el primero en Juárez en diciembre de 2011, el segundo en la Ciudad de México, tan solo dos meses después, 3 de febrero de 2012 …Estoy en proceso de dar el brinco para poder llamarme feminista, aún me falta, estoy en eso…” .

Así la escucho, así la veo a Norma, una mujer en intensos y permanente procesos de transformación, este país y sus brutales realidades no le dan reposo.

Las familias son desplazadas. Norma y nietos debieron abandonar Juárez, su esposo murió hace tres años, continua en su exigencia de justicia, en plural, ahora desde la ciudad de México. Le faltan tres años para jubilarse, debe seguir trabajando para poder jubilarse y seguir asegurando la manutención de sus nietos. No pude regresar a la Juárez por seguridad, a distancia visita la tumba de su hija e imaginariamente le lleva flores.

Cada día el reto es levantarse y seguir en el tren de la vida, sus nietos de puntas en la cama, como si fuera ayer cuando recién quedaron huérfanos, le siguen recordando que debe seguir levantándose, el camino para ella, para Alejandra, para sus nietos, para miles de madres de familia no ha terminado…

Antes de concluir nuestra conversación Norma me señala, “tengo esperanza en este proceso electoral, lo peor que nos puede suceder es que sigan llegando autoridades a las que no les interese resolver lo ocurrido con nuestras hijas… durante 17 años en la boleta a manera de reclamo yo solía escribír en la boleta, “feminicidio hecho en México …”.

Este año volvió a marcar una opción, es una nueva esperanza, como lo es la respuesta que está por llegar de la Corte Interamericana. Esperamos 17 años, seguimos esperando. El próximo 31 de agosto Alejandra cumpliría 35 años…

 

Iovana Rocha
Iovana Rocha
Maestra en Política y Gestión Pública. ITESO- Universidad Iberoamericana, León. Docente. Universidad de Guanajuato. UNIVA. Universidad Iberoamericana, León. Activista por los Derechos de las Mujeres. Asesora.

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