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miércoles, abril 24, 2024

Si no te casas, por lo menos ten un hijo (Primera de dos partes)

 

Nunca me propuse ser madre a determinada edad, lo que es una realidad es que crecí con la foto que te meten en la cabeza, “con ese chip” de voy a casarme, a tener una familia, hijitos a los que llevaré a la escuela,  mi casita, el jardín, el perrito… todo bonito. Curiosamente crecí con “un chip” que no estaba convencida, pero como que “ahí vas”… 

Así inicia esa tarde mi conversación con Julieta, una mujer mexicana de clase media, profesionista, hoy de 40 años, casada recientemente con Daniel, un hombre profesionista independiente, nacido y residente en los Estados Unidos. Según recuerda, ambos se conocieron en las condiciones más inesperadas, justo cuando ella comenzaba a celebrar la elegida soltería, la misma que abrumaba tanto a su círculo familiar cercano, particularmente a su madre, quien como muchas mujeres latinas siguen  asumiendo que la soltería es “cuestión de edad y define el éxito personal”. Premisa que mantiene su vigencia a pesar de la contundencia de los datos, apenas en meses pasados en medios nacionales se leía “en Guanajuato es donde tanto hombres como mujeres se divorcian a más temprana edad (37.3 y 35 años, respectivamente), curiosamente una de las entidades en donde se casan más jóvenes, en promedio” (El Financiero, 2015)

Con años de distancia, hoy lo reflexiona con cierto humor, (…) la mayor presión fue antes de los 30 años, 25 a 27 aproximadamente, después de los 30 esta presión disminuyó, como que comenzaron a resignarse, y dejan de darte lata·, y agrega, pero después el tipo de presión cambia, cercana a los 35 años comienzan a decirte, si no te casas, por lo menos ten un hijo. Al pronunciar esta última consigna destaca, era lo peor que podían decirme, hoy lo sigo pensando patético. Pero nunca me atreví a mostrar mi ira por esta desarticulada recomendación. Julieta al decirme esto repasa la posibilidad de haber revirado a tantas y tantas personas que asumieron como pertinente la recomendación en un mundo social que sigue viendo imposible la presencia de una mujer sin hijos, sin pareja a la que señalan como “una mujer sola”. Considera en esta reflexión,  que seguramente el saldo hubiera sido un cúmulo de susceptibilidades heridas e incomprensión absoluta a su indignación.

Julieta nació y creció en provincia, región donde aún en la actualidad prevalece con mayor fuerza y resistencia esos modelos “de lo que debe ser una mujer”(..) a mí,  sin tener claro el qué, había cosas que no me complacían del todo respecto al modelo de lo que tenía que ser, esto incluía el casarse y ser madre, sin embargo esta serie de cuestionamientos e inconformidades le serían más claras hasta su etapa adulta (…) me doy cuenta que no me gusta lo estructurado, si me hubiera dado cuenta antes, hubiera antes hubiese sufrido mucho menos la presión social

¿Casarme por casarme sólo porque tengo determinada norma lo señala? ¿Tener un hijo, solo por tenerlo? ¿Qué acaso ambas no deberían de ser decisiones muy pensadas? Julieta se repitió estas preguntas en los albores de los 34 años, justo dos años antes de casarse, pensaba y asumía que lejos de que lo que su entorno le señalaba debía de haber motivaciones más profundas para semejantes decisiones.

Sus padres se divorciaron en la adolescencia de Julieta, el matrimonio que presenció no lo valida como el mejor referente, lo que en más de alguna ocasión le hizo preguntarse ¿por qué tuvieron hijos?, confiesa que en más de alguna ocasión le rondaba una reiterada pregunta, ¿mis hermanos y yo habremos sido producto del convencionalismo social del ‘ya te casaste, siguen los hijos’?.

Las reflexiones de Julieta de ninguna manera corresponden a una naturaleza irreverente, las estadísticas recuperan esta ausencia de consciencia al momento de decidir tener hijos,”.. a pesar de los avances, el embarazo no deseado en México sigue siendo un grave problema, ya que más de la mitad de los embarazos, un 55%, son no planeados y otro 54% terminan en abortos inducidos…”.(El Universal, 2013). Lo que significa que más de la mitad de los hijos e hijas de esta país no corresponden al precepto constitucional relativo al derecho de decidir el número de hijos, y menos aún, a la expectativa del legislador y de los derechos humanos de las mujeres, que exista un acto de deliberación, libertad, y consciencia en ambos.

Tener hijos no puede ser una norma, es una frase que me reitera en este espacio de nuestra conversación cuando recuerda el matrimonio de sus padres, de sus tías, el de sus amigas, e incluso, ahora de las hijas de sus amigas. Se atreve a pensar que en varias de esas mujeres que rodean su vida, inconscientemente si tuvo vigencia “esa norma”. No recuerda diálogos donde este tema se cuestionará como una posibilidad, como un derecho, como una elección En algún momento de mi vida, tal vez a los veinte años,  pensé que me gustaría tener uno o  dos hijos. Esa idea pasó con el tiempo. 

Con esa cuestionada consigna, ambos prevén que su historia y sus decisiones corresponderán ellos, por ejemplo, durante el noviazgo abordan la idea de no tener hijos, ambos asienten después de múltiples diálogos donde valoran múltiples aristas de la determinación, incluida las diferentes crisis por las que atraviesa el mundo presente. Se asumen distintos al resto, ella se asume distinta, dueña de sí misma. A ello se agrega que son de culturas  y procesos formativos  donde esta libertad se había comenzado a politizar. La edad adulta en la que  se casan la asocian con independencia. Asumían entonces que a ellos no les ocurrirán las invasiones de los convencionalismos e imperativos sociales. Se equivocan,

Cuando nos casamos, el ánimo de las familias era compartido ¡por fin se casaron!, era una especie de alivio para todos. La decisión racional de ambos, atravesaba por los convencionalismos, miedos y tradiciones de las familias. Estaban inmersos en esa dinámica, y no eran consientes de ello, hasta que la presión y el señalamiento comenzó por la no llegada de los hijos. Un tema que ellos ya habían abordado, que incluso tenían resuelto en su espacio “de dos”.

La presión inicial comenzó por las madres de ambos, hasta convertirse en preguntas directas, ¿cuándo van a tener hijos?, ¿no se están tardando demasiado? ¿Ya lo están planeando? ¿Cuándo nos darán la sorpresa? ¡Todos les estan gananando! ¡El tiempo les pasará! Y entonces, después de varios meses de invasivos intercambios, ambos cedieron a las preguntas. Lo hicieron, cuando se les acabaron las respuestas. Para las familias su decisión de no tener hijos, no era un motivo, ni legítimo, ni valido.

Cercanos a los dos años de unión, comenzaron a retomar el diálogo “sobre tener hijos”. Deciden intentarlo. Inician a generar las emociones que sus cercanos les comparten, ¡es que es maravilloso tener hijos! ¡Casarse sin tener hijos no tiene sentido, vivan el matrimonio pleno! ¡Son los hijos quienes le dan vida al matrimonio!

Adultos, cercanos ambos a los cuarenta años, pero vulnerables a lo que asumían ya resuelto, consideran que logar el embarazo será cuestión de semanas, tal vez meses. La única condición sobre la mesa es la que propone Julieta, lo intentaremos, aceptaré todo, menos un tratamiento.

Pasados seis meses  el embarazo no se logra. Ellos comienzan a inquietarse, y lo hacen porque sus familias, sus pares agobian con preguntas, cada vez nuevas preguntas.  Ello les reduce el tiempo y sin percibirlo, les genera infinita ansiedad y dudas.

El camino para ser padres que ellos deberán de recorrer, apenas empieza…

(Continuará)

Iovana Rocha
Iovana Rocha
Maestra en Política y Gestión Pública. ITESO- Universidad Iberoamericana, León. Docente. Universidad de Guanajuato. UNIVA. Universidad Iberoamericana, León. Activista por los Derechos de las Mujeres. Asesora.

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