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jueves, marzo 28, 2024

Todas somos culpables

A ti Brenda, en quien reconocí la impotencia de no  poder ofrecerte alternativas,
y con ello comenzar a cuestionar….

 

¿Soy yo quien debe estar encerrada, cuando ha sido él quien me ha agredido todos estos años?, no era la  respuesta que esperaba de las autoridades al denunciar.

¿Soy yo, quien debo abandonar mi empleo que me costó conseguir más de seis meses?, no me van a esperar, ya me lo ha dicho mi jefe, con preparatoria terminada, no hay empleos, apenas tenía cuatro meses trabajando, mis ingresos comenzaban a ser mi posibilidad de no depender de él, ¿y ahora?

¿Debo  abandonar la casa de la que yo pagaba la renta y dejar mis pocas pertenencias a  su cargo?, estoy segura las quemará o las tirará, han sido años de trabajo.

Y también, ¿es mi hijo, y no él, quien deberá estar recluido, lejos de sus amigos, de su escuela?, ¿cómo se lo voy a explicar?, a sus seis años ya ha vivido muchos cambios, y hoy, otra vez.

 ¿En serio debo ser yo?, entonces, ¿nosotras somos  las culpables?

Estas y otras indignadas preguntas fueron la que me realizaba Brenda cuando al salir de rendir su declaración ante Ministerio Público, luego de ser revisada por un médico y una psicóloga, le fue informada su condición de alto riesgo si decidía permanecer en la casa que habitaba con él,  de quien no se sabía nada después de los hechos denunciados ocurridos la noche anterior.

Él, su pareja con quien había vivido más de cinco años  y era  padre de su único hijo,  la golpeó  con sus puños y algunos objetos, la insultó hasta que ella dejó de defenderse. Esa noche lo que había originado discusión era que el control de la televisión  no tenía pilas y Brenda no había previsto su compra. Lo mismo hubiera ocurrido si tuviera pilas, una agresión anterior había sido porque un mes antes a media noche ella le había solicitado un vaso con agua. En las relaciones violentas la presencia, la ausencia, las peticiones o los silencios son detonantes.

En la discusión el tono fue creciendo hasta forcejar, había intentado estrangularla, sus dedos en el cuello de ella no dejaban la menor duda, lo hubiera logrado de no haber despertado su hijo quien dormía en la misma habitación y comenzó a llorar, al tiempo de tener  una rápida reacción, abrió la puerta, salió corriendo y pidió ayuda a los familiares con los que compartía la casa. Tocó cada una de las cinco puertas, solo un tío anciano respondió. El resto de los familiares, madre, hermanas, hermanos, señalaban sin abrir sus puertas, “esto es asunto de ellos, ya lo arreglarán, sólo jala al niño para que no vea”. Al ingresar el tío a la pequeña habitación el agresor salió corriendo.

Ya era la madrugada, Brenda de 26 años salió  con su hijo en busca de su mamá, una mujer de más de 65 años, de personalidad temerosa, su habla titubeante la delata. Así la conocí y así la escuché y escuchó en cada palabra.

Pasadas cinco horas de los hechos, a iniciativa de Brenda se presentaron en las instalaciones de la Policía Municipal, no lo hicieron antes porque su mamá tenía miedo de salir a la calle. Al ser atendidas serían canalizadas al Ministerio Público, estando ahí me localizaron vía telefónica. Cuando llegué ya había sido atendida, valorada y recién le establecían las alternativas.

Brenda y yo habíamos platicado en tres ocasiones anteriores, nos reuníamos en lugares cerrados y no céntricos, ella siempre tenía miedo durante nuestras charlas sus ojos estaban en la puerta reiteradamente. Había pedido información, alternativas, planteaba dudas, pedía atención terapéutica pero pedía no ser presionada para tomar decisiones, su miedo era mayor y el proceso fue lento, así lo hicimos cada vez que nos reunimos platicábamos a su ritmo, así supo qué hacer esa noche.

Minutos antes de yo llegara es cuando personal del Ministerio Público le ofreció la canalización a un refugio, donde estaría segura ella y su hijo, tendrían una cama, alimentos, áreas para su aseo, atención jurídica y psicológica, actividades con otras mujeres como ella. Su hijo también conviviría con otros niños en la misma situación, una casa para mujeres, en la que estarás supervisada las 24 horas. No podrás hacer llamadas, ni salidas, no puedes tener contacto con mundo exterior, es por seguridad de los dos y de las mujeres que ahí se encuentran. En tanto estés ahí, nosotros haremos nuestro trabajo, lo ubicaremos e integraremos la investigación…”.

Al término de hacerle la “invitación” (canalización), como si resultara una decisión sencilla, le volvieron a preguntar, ¿entonces, qué decides, sí o no?

Ante el pasmo de Brenda, las otras alternativas que le ofrecieron fueron quedarse en  casa de la familia de él y tener medidas de protección por un plazo no mayor a 72 horas como marca la ley. Al decirle esto y como una forma de abonar a su decisión (desánimo), personal de Ministerio Público puntualizó, “nadie te puede obligar, pero aceptar es bajo tu riesgo, si el agresor llega antes que la Policía esta vez sí te puede matar”.

La casa de la mamá de Brenda no era alternativa, con ella vive un hijo adulto con problemas severos de alcoholismo. No hay más familia. Su padre se fue cuando ella tenía 10 años y no volvieron a saber de él. Así aprendió a vivir ella, al tiempo que buscaba alternativas para que su hijo viviera diferente. Por eso se salió esa noche, por eso denunció y por ello decidió ir al refugio que se presentó como su única opción “para estar segura”.

Los albergues están previstos y regulados en la “Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia para el estado de Guanajuato”, en el capítulo VIII, relativo a atención a víctimas y refugios. En el artículo 29, éstos incluso se consignan como un derecho de las víctimas “… contar con un refugio, mientras persista su inestabilidad física, psicológica o situación de riesgo…”. En la actualidad se cuenta con dos refugios dirigidos por gobierno del estado, y uno más por sociedad civil organizada.

De acuerdo a esta ley que fue publicada en el año 2010, Brenda y las muchas mujeres que diariamente denuncian, y que una vez analizada su situación  entran en este supuesto de riesgo, les serán ofrecidas estos espacios “hasta por tres meses”. A cambio de su seguridad, dejarán en prenda su libertad, una vez más.

No pretendo con la experiencia de Brenda descalificar la previsión de estos espacios en la ley, que seguramente fueron analizados hace una década desde coyunturas históricas muy concretas, y así consignados con el propósito de atender la seguridad y la integridad de las mujeres que denuncian casos que se ubican de alto riesgo.

Lo que pretendo es cuestionar su validez y pertinencia a la distancia de los años, y con ello  la preocupante sospecha de que la canalización a estos espacios sea en Guanajuato y en el resto de país una política institucional que permita (legitime) contenerlas a ellas, a sus expedientes, sus exigencias, sus demandas, pero no así, agilizar procesos que determinen responsabilidad de sus agresores.

Así, estos espacios deben de ser revisados a la luz de  los testimonios de ellas, de sus realidades, contrastar número de canalizaciones y resolución de expedientes. En suma, analizar el modelo de de refugio en toda su complejidad y como parte del proceso de acceso a justicia de las mujeres.

En el caso de Brenda y de más de 60 mujeres que he conocido en estos procesos de denuncia y que son albergadas, en el noventa por ciento de los casos cumplirán o se acercarán a los tres meses de estadía permitida, en tanto que su agresor seguirá sin siquiera ser presentado ante la autoridad.  Ellos libres e impunes, ellas recluidas y debiendo dejarlo todo. Porque en estado de libertad, hoy en día no tenemos los mecanismos de justicia que aseguren su vida, su tranquilidad e integridad en sus entornos que le son propios. Si deciden regresar a casa una vez que son avisadas de su condición de riesgo, “todo es bajo su responsabilidad”. La voluntad coaccionada por la falta de alternativas.

Durante el tiempo que estuvieron Brenda y su hijo en el refugio, recibieron una serie de servicios que les fueron de utilidad médicos, psicológicos y ocupacionales. Existe personal diligente, otro no tanto, su hijo participaba de actividades comunes con otros niños y entre los dos hacían el aseo de sus espacios. Un tiempo para ellos, pero en condiciones que ella califica como “extrañas”, “debíamos cuidarnos siempre, hay tanto dolor adentro, más de diez mujeres en iguales o peores circunstancias a las mías, muchas enojadas, lloraban todo el tiempo o gritaban. Varios niños eran agresivos, al lado de ellos mi hijo era tímido y yo prefería que no tuviera mayor contacto. Le llegaron a pegar varias veces y al yo intervenir se agrandaban los conflictos con otras mamás. Es como estar todas en una bomba de tiempo”.

En el caso de Brenda, ella cumplió con los tres meses que le ofreció la autoridad como un derecho, pero también como una garantía de espera. Dejó su empleo, su hijo el año escolar, ambos sus espacios. Al salir, se encontró con que su agresor ni siquiera había sido llamado, porque “no lo localizaban, nadie nos da datos de él”.  A  cuatro meses de salir de albergue aún no encuentra trabajo, sigue caminando con miedo, casi no sale del lugar donde ahora vive. Su hijo regresará a nueva escuela en este mes, le esperan nuevos compañeros, otro maestro, otros cambios.

Hace unos días su ex pareja la buscó y la amenazó, esto lo repitió cada día por una semana. Presentarse al Ministerio Público no es una opción que pueda abordar con ella con facilidad, no está dispuesta “a  estar tres meses encerrada otra vez”, prefiere cambiar de ciudad.  Con ella, varias entendemos su agotado ánimo e incredulidad institucional.

El día que terminó su estadía en refugio estuve con ella, a sus 26 años y después de difíciles experiencias tiene su propia definición de justicia, “es algo que no llega, es algo que no ocurre, aunque tú hagas lo debes de hacer. Yo hice todo lo que me pidieron, denuncie, declaré, di datos, estuve en un refugio. Justicia es esperar un algo que no llegará”.

A partir del caso de Brenda, hoy en los acompañamientos que realizamos valoramos todas las opciones posibles antes de considerar a los refugios como alternativa, nos resulta  vergonzoso decirle a una mujer que ha sido violentada que la única alternativa que tenemos para ella, para su seguridad y  la de sus hijos es llevarlos a un refugio, donde el principal requisito es que ceda su libertad y deje todo lo que el mundo exterior le representa.

En mi último encuentro con Brenda, al despedirse me expresó con su lenguaje de realidad, “denunciar es esperar y creer en que algo ocurrirá, y eso te da fuerza para resolver por ti misma lo que la autoridad no hará…”.

Iovana Rocha
Iovana Rocha
Maestra en Política y Gestión Pública. ITESO- Universidad Iberoamericana, León. Docente. Universidad de Guanajuato. UNIVA. Universidad Iberoamericana, León. Activista por los Derechos de las Mujeres. Asesora.

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